Pokeweek: Pokémon, tazos y otras cosas peligrosas

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Tengo que ser siempre el mejorfeature_pkmn_world_tazos

mejor que nadie más.

Atraparlos mi prueba es

entrenarlos mi ideal.

En los primeros años de mi Educación Primaria se instauró la furia de los tazos. La cocina de mi casa era el campo de guerra donde mamá apilaba las decenas de cadáveres de algunas frituras Sabritas. Mamá iba a la tienda y yo la acompañaba. Ella pedía queso, bimbuñuelos y jamón mientras yo asaltaba los estantes de papas y chicharrones. Nunca entendió por qué seguía comprando chatarra que no terminaba de comer, pues los tazos los vendían mucho más baratos en el tianguis de los lunes. Sin embargo, era cosa de principios: sólo los cobardes no se enfrentaban ante el momento en que la bolsita metálica se abría dejando escapar su cincuenta por ciento de aire contenido. Algunos pases mágicos de los dedos entre las papitas y pronto se encontraban con el circulito tan añorado. Casi como abrir regalos en Navidad: te toca lo que quieres o no. No hay de otra.

Los tazos eran una especie de dinero en las escuelas: la moneda de cambio de nuestra niñez. En una cara no estaba el águila de los pesos mexicanos sino la silueta de la pokébola: una mitad blanca y la otra roja con las indicaciones precisas de los elementos que podía vencer el pokemón. En lugar de la denominación de cincuenta centavos, uno, dos, cinco o diez pesos aparecía la figura de alguno de tantos pokémon. ¡Atraparlos ya! Si tenías en tus manos un tazo difícil de encontrar el status de niño incrementaba a tal grado que la admiración y la envidia en los recreos te convertía en el centro de atención de los duelos librados sobre el piso polvoroso de los patios. Yo llegué a enterarme de robos millonarios que ascendían a un estuche lleno de tazos, bimbocards y colores mapita.

Quizás sólo las maestras tenían la colección entera ─sin ni siquiera saberlo─ guardada en el escritorio. Ellas regulaban el uso destinado sólo a los recreos. Sin embargo, cuando salían de emergencia a la dirección o a vaciar la vejiga, muchos niños se abalanzaban al piso para jugar. No importaba tanto completar el tapetito que funcionaba al igual que un álbum de estampas, lo verdaderamente importante era ensuciarse las rodillas para intentar ganar algunos otros. En el salón se escuchaban los golpecitos de choque y los gritos de quienes perdían o ganaban. A final de cuentas, muchos tazos iban desvaneciendo sus colores hasta sólo ser pequeñas rodajas más blancas que una hostia.

pokemon-tazosCasi todos comulgábamos con la caricatura que salía en el canal cinco. ¡Oh, pokemón yo entenderé tu poder interior! Nunca faltaba un niño que usaba una gorrita tipo Ash, niñas con loncheras de Pikachu o fiestas temáticas infantiles donde los papás gastaban una quincena entera en lápices y recuerditos… Quizás ya nadie guarde ninguna de esas bagatelas. Sin embargo, más de uno todavía se sabe de memoria el opening del anime y no me sería extraño que algún compadre asaltara los camiones con el estilo del equipo Rocket. Prepárense para los problemas. Ríndanse ahora o prepárense para luchar.

Tal vez alguien fue lo suficientemente listo para fundar una secta ─porque las nuevas religiones siempre le hacen falta a alguien─ sin que hayan descubierto aún la similitud de sus dogmas con la caricatura. Para proteger al mundo de la devastación. Y unir a los pueblos dentro de nuestra nación. Para denunciar los males de la verdad y el amor. Y extender nuestro reino hasta Coyoacán.

Durante mucho tiempo dejé de saber de los tazos. A pesar de que otras caricaturas se instalaron en la circunferencia del juguete, ninguna llegó a tener tanta repercusión en las modas de mi infancia. No volvieron a los bolsillos de los niños como sí lo hacen los trompos Cometa año con año. La última vez que escuché a alguien de mi generación hacer un comentario de los tazos fue al poeta David Ruano. En lugar de las figuras de Pikachu, Mewtwo o Bulbasaur ya aparecían las estrellas femeninas de la WWEcharmander-piñata-pokemon-mexicoHoy lamí el polvito de las papas de un tazo. Es lo más cerca que estaré de una mujer hoy.

La serie anime marcó a una serie infinita de mercancía diversa: mochilas, cuadernos y peluches. Algunos seguirán siendo fanáticos asiduos y otros tan sólo conservarán recuerdos vagos. Conozco a alguien que no puede ver la figura de Charmander sin entumir la mandíbula, poner rígidos los brazos y sentir cómo comienzan a llorarle los ojos. Para él Pokemón es el recuerdo de las prácticas más aterradoras de la infancia. No puede evitar pensar en su cumpleaños número siete, justo en el momento en que sus padres le arrebataron la piñata de este personaje que abrazó durante todo el día. Todo ello para colgarla en la mitad del patio de su casa que se mojaba y secaba como los demás. Agáchense, que les pueden pegar. Mi amigo rompió en llanto al ver cómo su pokemón favorito se desangraba de dulces mientras todos festejaban su muerte lenta y agonizante. Quizás por eso dejamos de ser sensibles: desde pequeños nos obligan a ver cómo los demás destruyen aquellas cosas que más amamos.

Conoce al colaborador

Laura Sofía Rivero (Ciudad de México, 1993). Estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM FES Acatlán. Mención Honorífica en el Sexto Concurso Nacional de Ensayo Filosófico de la Universidad Iberoamericana. Becada por la Fundación para las Letras Mexicanas en el Curso de Creación Literaria Xalapa 2013 y 2014, en la categoría de ensayo literario. Miembro del Seminario Permanente de Metaficción e Intertextualidad. Ha publicado ensayos en: Círculo de poesía, Radiador y El Comité 1973.

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