Quizá muchos de ustedes se pregunten por qué Katya Ocampo sube noticias de donaciones a alguna fundación. Creo en que las personas podemos mejorar el lugar en el que vivimos con pequeñas acciones que sumadas superan enormes desafíos.
Hace algunos meses me encontré con un artículo llamado “Cómo los videojuegos ayudan a los soldados a lidiar con los horrores de la guerra”. En un principio imaginé que al ser los videojuegos un medio para la recreación y esparcimiento tenía todo el sentido del mundo. El artículo además hablaba sobre la importancia de fomentar el trabajo en equipo entre los soldados y cómo los videojuegos son, de alguna manera, un escape de su realidad y les ayudan a crear un ambiente de convivencia. Hasta aquí todo tiene sentido.
Quizá la intención de Operation Supply Drop, de llevar diversión, es buena. Después de horas de estar como vigía, atento a todo, sabiendo que puede ser tu último momento, debe ser relajante el poder llegar y jugar un rato. Quitar el estrés para un mejor desempeño mental y psicológico me parece excelente. Un general de la tropa entrevistado dice que ellos sienten de nuevo que están vivos, que los videojuegos les levantan la moral, que los animan, que así no son como zombies en el campo de batalla.
Lo que me causa un poco de ruido es la lista de títulos que mandan a los soldados: por ejemplo Battlefield y Call of Duty. No es que Katya tenga algo en contra de un videojuego en sí, sino el propósito con el que ellos lo reciben: “son juegos que ellos estarían jugando en sus casas con su familia”. Tiene mucho de verdad, pero… ¿no hay más juegos que puedan fomentar el compañerismo? Si hay tantos títulos de deportes, tantos con narrativa increíble, vehículos de carreras, ¿por qué mandarles juegos de guerra?
Sí, muchos soldados realmente se sienten orgullosos del compromiso que están cumpliendo al estar en un frente, pero matar a alguien en la vida real no es lo mismo a hacerlo en la simulación que ofrece un juego. La guerra deja muchos temores en quienes la viven: suicidios, depresión y traumas posguerra como para “distraerlos” en un entorno muy parecido que simula una realidad como la suya.
La guerra no es un juego (no hablaremos de partidos o razones para iniciar una, tomaría horas), pero ¿cuántas familias quedan incompletas?, ¿cuántas personas pierden a sus seres queridos?, ¿cuántos nunca podrán olvidar lo que vieron?
No soy nadie para decir que la fundación hace mal en comprar esos videojuegos, de hecho, recibe sus fondos de eventos y no tiene fines de lucro. ¿No es extraño mandar un simulador de guerra a quien vive una situación de horror, estrés e incertidumbre?
Para ver otra perspectiva de cómo la guerra se relaciona con los videojuegos, y vice versa, les recomiendo leer el artículo “Juegos de guerra”, de Irving Perés.