Níðhöggr es una serpiente mitológica, un dragón temible que busca atormentar las almas de los hombres. ¿Qué podría ser más extraño –o perverso– que el deseo por que Níðhöggr te devorara? Eso es precisamente lo que logra el “nuevo” juego de Messhof, hacer que el jugador corra desesperadamente, a través de todo obstáculo, hasta llegar ante el monstruo, ofreciéndose en sacrificio. Pocas cosas hay tan satisfactorias en los videojuegos contemporáneos.
Vivimos en una época en que lo normal es comprar juegos incompletos: early acces, primeros capítulos, los DLC, parches desde el día de salida, comunidades dedicadas a reportar errores en versiones comerciales de juegos, etc. Aunque hoy florecen estudios independientes hasta por debajo de las piedras, y vemos juegos ser lanzados al mercado cada semana, el desarrollo es una labor económicamente arriesgada; ya que el tiempo es dinero, todos buscan intercambiar su juego por unas cuantas monedas en el primer momento que les sea posible… esté o no terminado. No podría juzgar a los desarrolladores porque intenten recuperar su inversión cuanto antes (ya ni decir que busquen una ganancia), pero me lamento que esté en boga el mover comercialmente productos que no han sido terminados, y que esto sea socialmente aceptable.
Pocos estudios tienen el sentido de ética del fundador de Messhof, Mark Essen, que durante la última década se ha ido colando en el circuito de los videojuegos independientes con títulos como Flywrench, Punishment, Randy Balma: Municipal Abortionist, y otros más. Algunos hechos con Game Maker y otros con Flash. Estos juegos se caracterizan por su relativa simpleza, estilo crudo y psicodélico, así como su capacidad para frustrar al usuario.
La corona definitiva de Messhof es Nidhogg, un extraño videojuego que durante los últimos cuatro años se volvió una especie de leyenda urbana entre el circuito independiente. Fue en abril de 2010 que Essen presentó un juego llamado Raging Hadron, en el que dos duelistas se enfrentan con nada más que floretes y sus manos, en un escenario de avance horizontal, en el que cada participante busca llegar al lado opuesto, para lo cual tendrán que matar a su oponente el número de veces que sea necesario. Luego de tanto tiempo, ahora que acaba de ser lanzado comercialmente, el juego luce bastante similar a su concepto inicial. ¿Por qué rayos se tomó Messhof tanto tiempo en poner este genial juego en nuestras manos? Por ética.
Desde su presentación ante el mundo en 2010, Nidhogg ha estado en manos de unos cuantos afortunados en exhibiciones independientes, de donde su fama se ha generado de boca en boca –realmente a través de la internet– e incluso ha ganado varios reconocimientos, pero es hasta enero 2014 que finalmente hay una versión comercial. Todo este tiempo el juego siguió un lento proceso de refinamiento que quizá no se nota en los gráficos, pero sí en el gameplay. Ya que no había una urgencia con Nidhogg, Essen pudo “darse el lujo” de ajustar y reajustar hasta que el juego se sintiera como él siempre lo imaginó. Suena redundante, y que esto debería ser lo más normal del mundo –sobre todo considerando que quienes hoy desarrollan videojuegos estén realizando su mayor pasión– pero la realidad es otra.
Aunque todo lo que implicó que Nidhogg estuviera en nuestras manos el día de hoy (mediante Steam) requirió de poco menos de 10 personas, el juego en sí es obra de Mark Essen solo, desde su concepción hasta ajustes finales. El juego fue originalmente comisionado por el Game Center de New York University y no por un publisher impaciente, lo que permitió a Essen dedicarse a otras cosas como trabajar en otros juegos, estudiar, y dar clases. Éste fue un proceso lento, pero que valió por mucho la pena, ya que su excelencia brilla en nuestras manos.
Ya todos lo sabemos: Nidhogg es un juego competitivo, en el que hay que derrotar al oponente hasta llegar al extremo contrario del escenario, donde la serpiente de la mitología nórdica devora al ganador. Esto suena bastante simple y es porque –en verdad– lo es. Controlamos a dos personajes sin rostro, y definidos por unos pocos cuadros pixeleados; además, sólo contamos con dos botones, salto y ataque, pero esto es suficiente para crear un gameplay dinámico, estratégico, divertido, cautivador y –lo más importante– completo. No requiere de más pues, con esto, nos mantendrá gritando frente a la pantalla por horas y horas.
El juego puede ser muy técnico, ya que también se basa en el esgrima (lo cual podemos notar hasta en las posiciones de los personajes), con todo y posiciones de ataque y defensa. Uno puede poner la espada arriba, en medio, y abajo, pero también arrojarla o recogerla del suelo. Con una estocada nuestro oponente muere (explota en un baño de pixeles) y obtenemos el derecho de cruzar hacia su lado, para lo cual hay que atravesar diferentes cuartos hasta llegar al extremo. Cuando matamos a nuestro oponente, no significa que la partida haya acabado, ya que éste reaparecerá enseguida más adelante (el famoso respawn) para impedirnos el paso; esto sucederá indefinidamente hasta que crucemos la meta.
Eso es todo. Lo cual no es malo, sino todo lo contrario. Significa que las mecánicas del juego son robustas y bien diseñadas, pues con esta simpleza podemos tener horas y horas de diversión. Además, la curva de aprendizaje es tan intuitiva que permite que alguien que sólo ha jugado por cinco minutos pueda darle batalla a otra persona que lleva días jugando.
Inmediatamente después de que le pusimos las manos encima, organizamos batallas y torneos en la oficina, con partidas que pueden durar algo tan corto como 60 segundos, pero también se pueden extender hasta 30 minutos. El factor sorpresa se alimenta directamente de la forma de pensar de cada jugador, llevándolo eventualmente hacia el juego de estrategia. Ésta es una de las grandes virtudes de Nidhogg, el llamado “juego lento”, pues cuando dos oponentes ya tienen una idea clara de las posibilidades del gameplay, terminan planeando estrategias más precavidas, para orillar al contrincante hacia un punto en específico, desafiando la paciencia de cada uno de los involucrados.
Aunque sólo hay cuatro escenarios para elegir, éstos son obras maestras del diseño de nivel. Uno puede jugar en un castillo que tiene puertas y pasillo que nos obligan a cambiar la estrategia, pero también se puede pelear en las nubes, con puentes que se deshacen a los pocos segundos de tener a un personaje encima; están las minas, llenas de túneles que impiden los saltos y orillan hacia los enfrentamientos con espadas, y finalmente una selva, en la que uno puede esconderse entre los arbustos enfatizando el juego tipo piedra, papel o tijera.
Los movimientos son variados y muy exactos: estocadas, vueltas de carro, diferentes patadas, golpes, saltos, y todo sólo con dos botones. Además, conforme uno lo conoce irá descubriendo más movimientos y cómo se contrarrestan entre sí, volviéndose cada vez más técnico, pero de forma divertida y emocionante.
Aunque el gran atractivo es el multijugador con los amigos, que permite organizar un torneo local, también se puede jugar en línea y contra la computadora. El juego en single player es bastante edificante para quienes gusten de mejorar, ya que la inteligencia artificial aprende muy rápido de los humanos, lo cual ni es un impedimento para los principiantes, ni una ventaja para los experimentados.
Todo tiene un look de juego de MS-DOS que contrasta con la música del productor californiano Alfred Darlington, mejor conocido como Daedelus, que agrega un toque de modernidad acelerada, perfecto para los encuentros. Lo único malo es que al sólo tener cuatro escenarios, el soundtrack se vuelve repetitivo luego de algunas horas, pero eso no debe ser problema, pues en cualquier caso, uno podría quitar la música y poner en la computadora la que sea de su agrado.
Realmente no hay mucho que se pueda decir de Nidhogg, ya que el núcleo de éste es sencillo y transparente. Lo más recomendable es jugarlo, sólo eso. Así como todo nuestro staff, les aseguro que no se arrepentirán, ya que el precio es bastante accesible, $15 dólares en Steam, que es sólo una fracción de lo que vale este gran juego. El que le demos un número (lo cual aplica a cualquier juego) es lo de menos, pues esto también incluye la buena construcción del producto que llega a nuestras manos, lo cual podría ser irrelevante para cierto público. No hay duda de que Nidhogg es excelente, pero tiene algo más importante: diversión pura que los hará disfrutar grandes momentos con sus amigos.