Por Mariana Orantes (@Maorant)
Quien en este momento lea este desatinado artículo sabe lo que es un pokémon. Aunque no pueda definirlo, lo sabe. Sin embargo buscando explicaciones dentro y fuera del mundo ficticio de Ash Ketchum, nos encontramos con interpretaciones —descabelladas o no—, definiciones —ciertas o no— y hasta explicaciones que parecen estar sacadas de la manga más ancha.
Mucho se ha teorizado sobre lo que es y no es un Pokémon. De tal forma que pueden pasar mil millones de años y los filólogos del futuro van a pensar en los pokémon como seres que compartían el mundo con nosotros. Allá va el pokemón —asesino confeso—; ese chango es un pokémon o dile al pokémon que me pase la tarea, serán frases importantes en esta nueva mitología que combina la ficción con la realidad.
Podríamos decir que el pokémon como concepto aplicado a nuestro diario devenir, es también una parte del guión colectivo de nuestros recuerdos. Hablar con alguien más que vio en pantalla chica las primeras aventuras de Pikachu, Misty y el equipo Rocket se parece a una plática entre aquellos que vivieron el despegue económico mexicano: cada vez hay menos dispuestos a admitirlo, cada quien o se empecina en continuarlo o tiró la toalla en algún momento y, eso sí, todos tuvieron un momento favorito.
Así, querido lector, estas breves notas sobre el pokémon que a continuación vas a leer son reflexiones desde mi yo adulta quien desde el 2015 le habla a mi yo de la infancia-adolescencia, para explicarle lo que entonces le gustaba tanto y por qué.
En la barra de caricaturas de canal cinco un buen 14 de junio de 1999 comenzó la transmisión de un curioso programa que a nuestros ojos incrédulos mostró un mundo en el cuál podías “atrapar” animales que tenían poderes incluso sobrenaturales, guardarlos en una “pokebola”, llevarlos contigo en todo momento y utilizarlos para pelear. (Esto último sonaba mejor en mi cabeza).
¿Pelear? Tenemos entonces la primera cuestión: ¿Sólo para pelear? No. Cumplen una función específica dentro del ambiente: son parte de una cadena y tienen evoluciones complejas. Llegamos así a la primera negación que arroja luz al tema: los pokémon no son de pelea, sino que tienen funciones sociales y una de ellas es pelear.
Por aquel entonces cuando pokémon salió al aire yo tenía trece años. Como dicen por ahí, “la edad de la punzada”. Mientras que mis compañeritas estaban ocupadas cantando canciones de los Backstreet Boys y alejándose cada vez más de su infancia, yo me aferraba a ella lo más que podía. Siempre me han gustado las caricaturas y Pokémon fue un gran descubrimiento pues no sólo trataba sobre animalitos que peleaban, sino que debajo existía un mundo, una sociedad complicada de humanos y seres fantásticos. Al entender ahora que no sólo son animales de pelea, puedo explicarle a mi yo-niña una cosa sencilla: te gustaba pokémon porque los seres humanos eran ayudados por los pokémon y a su vez, los humanos tenían la responsabilidad de ayudarlos también.
Además siempre había un roto para un descocido; siempre existía un solitario que encontraba la amistad en algún pokémon que nadie quería.
Los primeros capítulos de la serie los veía después de la escuela. Por entonces, la barra de anime a la que nos habían acostumbrado era de gran calidad (o al menos eso creía): Los Caballeros del Zodiaco, Sailor Moon, Las Guerreras Mágicas, Zenki, etcétera. Sin embargo, como niña de secundaria, los pensamientos que ocupaban a mi cerebro se dividían por un lado entre las caricaturas y los juegos de mágicos teatrinos y por el otro en cosas que no podía entender: muertes, asesinatos, besos, caricias forzadas, violencia. Nada que representara mejor el debate que tenía lugar en mi mente que las cosas que veía en televisión: por un lado las caricaturas inocentes de mundos mágicos, por el otro, animaciones violentas, soft-porn, noticias amarillistas, películas de terror.
Entre la maraña de espinas se levantó la imagen de Misty. Recuerdo leer en aquel tiempo una noticia de que a Misty la habían “censurado” en varios países: había en el reportaje una imagen de la Misty “original” con sus pantalones cortos, más cortos y con su blusa tan arriba que incluso se le veía un poco la piel de uno de sus prominentes senos. La Misty “censurada” llevaba pantalones y una blusa que sólo dejaba ver el ombligo y eso ya era escandaloso.
En comparación con las demás mujeres que aparecían (Jesse, oficial Jenny y la enfermera Joy) Misty parecía en verdad vérselas difícil en un mundo de hombres como los torneos para ser Maestro Pokémon. Y así llegamos a la siguiente pregunta: ¿En este mundo ficticio —pues en el real obvio no pasa— sólo las mujeres pueden tener roles donde “cuidan y sirven”? La respuesta es no. Tal vez no le pueda explicar a mi yo-niña porqué nos sentíamos mal cuando veíamos que nos encasillaban sólo por ser niñas. Cómo cuando nos tocaba jugar con niños ellos siempre querían que fuéramos Misty, sólo por ser niñas. Cómo a fuerza de ser niñas nos tenía que gustar el rosa o los Vulpix o los Vulpix rosas. No le puedo explicar cómo es estar atrapada en un mundo lleno de roles de género. Y no se lo puedo explicar porque ni siquiera yo lo entiendo.
Fuera de eso, no debo ni mencionar que todos sabemos que Pikachu, como Dios, es mujer. (Y Mewtwo también) ¿Por qué? Pues porque sí; recuerden, es una ficción.
Hace ya unos ayeres que dejé la infancia atrás, y con mi infancia abandoné un poco el gusto por Pokémon. Sobre todo porque no sé en qué momento comenzaron a salir más y más pokémon, más de los que podía o quería recordar.
Pensé que en vez de ser un lugar finito con posibilidades limitadas que brindara un espacio concreto, el mundo Pokémon se convirtió en una especie de monstruo donde todo cabía; un mundo dislocado donde cualquier cosa podía ser y explicarse; un lugar con tanto sentido que llegaba el punto en que perdía el sentido.
Yo hubiera llorado mucho si pokémon hubiera llegado a su final cuando todavía me importaban los pokémon y sus respectivas evoluciones. Pero pasó de ser algo que me gustaba mucho a ser algo indiferente. La industria no perdona nada: siguen explotando la serie y existen aún personas dispuestas a seguir los chorrocientos mil millones de pokémon.
Creo que es bueno cuando una historia termina de contarse. Por ejemplo, ahora a mis 29 casi 30 años sigo la serie Gravity Falls. Qué digo, la amo con locura. Cuando me enteré que Alex Hirsch iba a terminar la serie no por falta de recursos sino porque en verdad quería que terminara, me sentí mal. Primero quise con el corazón que siguiera y luego pensé en que soy muy egoísta: la serie cuenta una historia que me llegó al corazón y eso, (como la infancia, como a veces el amor, como las etapas de la vida), debe terminar para poder hacer espacio a cosas nuevas y está bien.
Aquí llega la siguiente pregunta: ¿mueren los pokémon? Tal vez en el mundo ficticio, pero para quienes tuvimos la oportunidad de crecer en algún sentido con ellos, no. Ellos no mueren. Pero también es cierto que hay que dejar las cosas por la paz cuando han terminado su función: gracias a mis queridos pokémon aprendí lecciones sobre la amistad y sobre el crecimiento personal. Hasta aquí llega mi nostalgia, pues no puedo hablar de lo que no conozco (los nuevos pokémon y la industria feroz) y como mi nostalgia, también termina este artículo porque a veces es mejor dejar ir las cosas buenas.
Mariana Orantes (Ciudad de México, 1986) Fue becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA generación 2011-2012. Ha publicado el libro de cuento infantil “Érase una vez en Los Beatos” (CONAFE 2012). Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas generación 2014-2015. Tiene cuatro gatos como fuente de inspiración. Colabora en el proyecto Terrario