Por: Yeni Rueda (@Chupacabritas)
Puede que este sea otro texto sin sentido. La verdad, lo acepto, no sé nada de Pokémon, o lo poco que sé no es lo suficiente para escribir un texto o un artículo con el que los fans de la serie o jugadores adictos al videojuego gustarían. Sin embargo, lo que me sorprendió al momento de recibir la invitación para escribir un artículo para la Pokeweek, fue reconocer los muchos elementos poke en mi vida, y eran tan entrañables que era lo más honesto que podía compartir con los lectores.
Electrode, Diglett, Nidoran, Mankey
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Siempre tuve facilidad para relacionarme con los niños. Todos los fines de semana mis primos venían a visitarme junto con mi media hermana. Ella me llevaba ocho años de distancia, por lo que me identificaba más con mis primos quienes eran menores que yo. Un día jugábamos a que era Mulan y uno de ellos Mushu. Al siguiente fin de semana, con las manos manchadas por el polvito de las donitas glaseadas de Bimbo jugábamos a las escondidas. De pronto, nuestras tardes se vieron marcadas por nuestras colecciones incipientes de tazos con Pokémones en ellos. Siempre he sido pésima coleccionadora por lo que fácilmente, comenzaron a ganarme por mucho, aun cuando mi consumo en Sabritas era bastante alto. Siempre se me perdían los tazos o me salían repetidos. El intercambio se convirtió en nuestro nuevo hobby, y mientras mi hermana buscaba que escuchará sus problemas de adolescente, yo me escapaba al patio para jugar tazos con los niños. Todo fue así, hasta que murió mi abuela, y tanto mis primos, como mi hermana dejaron de visitarme.
Nidoking, Farfetch’d, Abra, Jigglypuff.
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Después de finalizar el primer año tuvieron que cambiarme de escuela. Fue un lugar en donde a mis cortos años conocí la miseria y las maquinaciones perversas que los adultos son capaces de hacer con respecto a los niños. Maestros frustrados desquitando su hastío con los alumnos, algo así como lo que pinta Pink Floyd en Another Brick on the Wall. En la nueva primaria, las niñas evitaban juntarse conmigo porque no tenía la nueva mochila de rueditas de Barbie, y tenía una enfermedad dermatológica que me provoca manchitas blancas en la cara. Los niños, me recibieron en su nicho. De vez en cuando jugaba fútbol con ellos o intercambiamos estampitas. Jorge, un niño de Temixco, se convirtió en mi mejor amigo. Inventamos un método para jugar futbol en el salón de clases sin la necesidad de un balón, y hacíamos recreaciones en su libreta, del programa Atínale al precio. Me sentía tan contenta con él, que cerca del 14 de febrero fui a unos puestitos de chácharas que se ponían muy cerca de la escuela. Compré una postal Pokémon con un dibujo de Caterpie y fondo rojo. Elegí ése porque me había comentado, era su favorito. Después de las clases, aún dentro del salón, me acerqué a él y se la di. Enfrente de todos la rompió y me pidió que no volviera a hablarle. Beatriz, una compañera que prácticamente me acosó durante los cinco años de mi estancia en ese lugar, le dijo que yo quería con él y de pronto me odiaba. Nunca me había sentido tan confundida. Los niños a esa edad pueden volverse tan idiotas. Aunque, un año después, volvimos a ser tan amigos como siempre. Sólo que, nunca pude olvidar la humillación. Era yo muy pequeña y demasiado sensible. Siempre que veo a Caterpie, lo recuerdo todo.
Zubat, Primeape, Meowth, Onix.
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En mi casa había muy pocos libros, así que mis lecturas eran muy limitadas. Un día, la hija de la patrona de mi mamá se mudó a la casa familiar y llevó todos sus libros con ella. Éstos terminaron en una bodeguita, a un lado del cuarto de servicio donde pasaba mis tardes mientras mi mamá limpiaba una casa ajena. Entre tantos libros aburridos de psicología y de expansión espiritual me encontré con dos volúmenes que releí una y otra vez con suma fascinación. Uno de ellos era El Evangelio de Lucas Gavilán, de Vicente Leñero, un ejemplar que siempre olía a meada de rata y humedad, pero que gracias al retrato mexicanísimo que el periodista-escritor había elaborado de Jesucristo, me mantenía todas las tardes pendiente de cómo avanzaba la historia de un hombre universal y que hasta ahora, sólo conocía la versión de las catequistas. Por supuesto, la historia de Leñero es mucho más entrañable y coherente. El segundo era la Guía Oficial de Pokémon, una especie de Pokédex impreso con una introducción del Profesor Oak. Venían todos los datos de Ash, amigos, enemigos, y hasta del equipo Rocket, además de las descripciones detalladas de cada uno de los Pokémon. Nunca me había interesado en el universo poke, y sin embargo pasé varias tardes de mi infancia escudriñando en ese libro como si con la lectura, pudiera alcanzar algo de mi niñez. Algo muy valioso. Además, era más fácil de leer, pues éste, no tenía rastros urinarios de ningún roedor.
Bulbasaur, Charmander, Golem, Pikachu
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Nunca me gustó Pikachu. Tampoco recuerdo haber visto una temporada completa de Pokémon. Eso sí, recuerdo claramente cómo lloré cuando Ash se tuvo que despedir de Charizad. En la secundaria, una amiga me molestaba cantándome la canción de la oficial Jenny y la enfermera Joy. Después de una gran pelea con mi madre, encontré en mi cuarto un peluchito de Pikachu. Era su manera de poner una tregua, regalándome algo que para ella era cercano para mí. Esa fue la única razón para conservarlo. Así, que sí, no seré una experta en el universo poke pero sin duda, ha formado parte de mi vida.
Yeni Rueda López (Morelos, 1990). Editora y narradora. Lectora obsesiva de Juan García Ponce. Le gustan los gatos, la animación, bordar y estudiar Letras Hispanoamericanas en la UNAM. Escribe en el blog El tendedero