Por Cecilia Loreto (@Ccy_lor)
Recuerdo los tiempos en los que fingía haberme ido a dormir mientras mantenía la visión únicamente con la luz de la televisión y mi consola prendida, cómo escuchaba a los pocos minutos la voz de mi mamá diciendo “¡Ya vete a dormir porque mañana tienes clases!” Estoy segura que no soy la única que vivió eso.
Cuando tenía cinco años, comencé a entender el mundo de los videojuegos. Mi hermana tenía un NES y yo disfrutaba llegar algunas noches para matar patos con una escopeta. El tiempo pasó y las consolas también fueron desfilando por mi casa: el SNES me enseñó que los fines de semana eran mucho más divertidos si mis primos se reunían a jugar Super Mario World y trataban de acabarlo al 100%. Luego llegó Sim City, ahí fue cuando conocí todas las posibilidades que tenía a la hora de construir mi propia ciudad y también la cantidad de tiempo que yo podía ser capaz de invertir con tal de ver mi creación de la forma más perfecta.
Poco a poco, le fui dedicando más tiempo de mi día a los juegos. En la secundaria se volvió un hábito jugar Super Smash Bros. después de terminar la tarea; también se hizo recurrente la frase “ya jugaste demasiado”. Sé que no fui la única, incluso conozco compañeros a los cuales sus padres les tenían un horario delimitado para prender las consolas con el temor de que sus hijos se volvieran adictos a los videojuegos y dejaran de tener alguna meta en la vida más allá de acabar un juego. Pero, ¿hasta qué punto puede ser real esta situación?
El botón de pausa y los check points fueron los aliados para muchos de nosotros a la hora de tener que realizar otras actividades; de esta forma podíamos recurrir al punto donde nos quedamos en el juego sin tener que sacrificar tanto de nuestras otras actividades.
Recientemente, he leído casos en los que, en países orientales, hay personas que incluso dejan sus actividades básicas en segundo plano por acabar una quest en un MMORPG y es que, al igual que en la vida real, el juego no se puede pausar; ello desencadena una sensación de impotencia al dividir las actividades propias del juego con las de la vida real.
Por mi parte, hace algunos años me dediqué a jugar un MMORPG, quería llegar a un nivel “decente” y evitar que los otros jugadores me mataran. ¿Con qué fin? Únicamente porque tenía el tiempo y la motivación de hacerlo. Debo confesar que durante tres años, este juego se convirtió en una prioridad dentro de mis actividades, tanto que dejaba de lado tareas tan simples como revisar mi correo electrónico. En ese momento consideré que me estaba volviendo “adicta” pues la sensación de que el juego seguía avanzando incluso cuando yo dormía me generaba una frustración impresionante, ya no dejaba de pensar en el juego.
Saber que otras personas del otro lado del mundo seguían avanzando en las quests y subían de nivel mientras uno duerme puede causar una gran impotencia y ganas de dejar la vida real por lo que se obtiene en el mundo virtual.
Situaciones como ésta suceden día con día y no sólo con videojuegos; basta ver el documental Web Junkie para considerar que el uso excesivo del Internet ya es considerado un problema de salud que puede afectar a la sociedad en general: cada vez son más las personas que prefieren vivir en un mundo virtual y relacionarse con otros avatares e incluso que se sienten más identificados con su personaje del videojuego que con los otros seres humanos que lo rodean.
Por supuesto, no sólo sucede en videojuegos para consolas, basta con ver a las mamás que se aficionan con tener su granja dentro de Farmville o el caso del político en Bulgaria que perdió su trabajo debido a la gran cantidad de tiempo que invertía en este juego. El tiempo que se dedica a los juegos para smartphones es cada vez mayor debido al acceso que tenemos a los mismos en cualquier lugar; simplemente basta con ver una sala de espera en el dentista: la mayoría estará metido en su pantalla jugando algún puzzle mientras espera su turno.
Este tipo de casos los vemos en nuestro día a día en todo lugar, pero ¿en qué momento podríamos considerarlo adicción?
Richard T.A. Wood expone en un documento dedicado a los problemas bajo el concepto de “adicción a los videojuegos” que realmente no existe, como tal, un comportamiento adictivo hacia estos, sino que estamos ante una manera muy pobre de administrar el tiempo, más allá de que el juego per se obtenga características adictivas.
Podemos resumirlo, el videojuego no te hace adicto sino tu manera de administrar tu tiempo.
Es entonces cuando podemos delimitar el momento en que el comportamiento de la persona se vuelve similar al de una adicción, sin serlo como tal:
1. Se empieza a jugar porque se siente una obligación, más allá de hacerlo por el simple hecho de ser divertido. Cuando empiezo a jugar un shooter multiplayer con mis amigos, es común que lo haga por el simple hecho de querer pasar un buen momento y entretenerme, no importa las horas que pase en ello. Lo mismo ocurre con las campañas de Age of Empires, que incluso pueden tomar muchas horas para terminarlas. Sin embargo, en ese momento se está haciendo únicamente con la finalidad de divertirse y querer el juego por el juego. El problema surge a partir de que yo siento una “obligación” interna y tenue para seguir jugando o desbloquear ciertas cosas. Un ejemplo de esto sería querer acabar un juego al 100% antes de darle prioridad a otras necesidades básicas (como comer y dormir) o el caso anteriormente mencionado de los MMORPGS, que pueden llegar a crear una sensación de frustración al sentir que el juego no se detiene si yo dejo estar en él.
2. El permitir que exista un impacto negativo en las relaciones personales debido al uso de los videojuegos. Sabemos que no en todos los casos suele ser así y que, incluso, podemos combinar muy bien nuestras amistades (y también pareja) con los videojuegos. Pero ¿qué pasa si tanto tiempo invertido en ello está deteriorando estas relaciones? En esta situación convendría analizar de qué manera los videojuegos afectan el entorno social de uno mismo
3. Dejar de realizar actividades que antes se disfrutaban por seguir jugando un videojuego. Es común -por lo menos en mi caso- que en cuanto sale un videojuego y lo compro, me aíslo un par de días para empezarlo a jugar e incluso acabarlo. Sí, estoy dejando temporalmente algunas actividades que disfruto realizar para darle una prioridad a mi nuevo juego. Sin embargo, si esto llegara a ser recurrente, puede considerarse una característica adictiva.
4. Saber cuándo y cómo dejar de jugar videojuegos. Este punto tal vez puede ser el más difícil de explicar por completo. Claro que todos sabemos cómo apagar la consola e incluso hacerlo en el momento de ir a dormir; pero ¿estamos 100% convencidos de que queremos dejar de jugar para dedicar nuestra atención a otras cosas o actividades? Aquí se debe dejar en claro que, más allá de una motivación extrínseca, debe existir una intrínseca, como el deseo de parar de comer cuando uno se siente satisfecho.
5. Actitudes negativas a la hora de dejar el mundo virtual y enfrentarse al real. Finalmente, hay que considerar también el momento en que nos encontramos de nuevo con nuestra vida al apagar la consola. ¿Qué actitud es la que tomamos? ¿Preferimos seguir jugando por evasión y/o catarsis? Aun cuando se sepa poner un alto a la hora de jugar videojuegos, si la actitud al hacerlo suele ser negativa, entonces puede empezar a ser un problema.
Si bien actualmente se denota al uso excesivo de videojuegos como una adicción, habría que entenderla de manera muy diferente a las demás adicciones, ya que el juego en sí mismo es algo benéfico, tanto a nivel cognitivo como social, a comparación del uso de sustancias nocivas o las apuestas de grandes cantidades, situaciones en las que existe un mayor riesgo de perder los valores intrínsecos y extrínsecos de una persona.
En lo personal, creo que todos en algún momento de nuestras vidas nos hemos dejado llevar por algún videojuego e incluso llegamos a permitir que éste tome una gran cantidad de nuestro tiempo, ya sea por el simple hecho de que disfrutamos jugarlo, porque la historia nos atrapa, nos comprometemos en acabarlo con todos los trofeos desbloqueados o simplemente porque nos sentimos con la libertad de hacerlo sin que esto signifique una adicción. ¿Ustedes qué opinan?