Feature – El sueño imposible de dos equipos hundidos

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 Luego, te das cuenta que sólo en los videojuegos puedes contar estas historias. Un sueño imposible que dota de heroísmo las hazañas cotidianas para los de siempre.

 

Los piratas del barrio rojo

*Banda sonora recomendada: “Hell’s Bells”-AC/DC*

Pocos escenarios tienen un ambiente como éste. En especial tratándose de fútbol, deporte al que el marketing le arrebata de poco a poco este tipo de atmósferas. Un estadio enclavado en el distrito de prostitutas en Hamburgo, a unos pasos del mítico Reeperbahn. Aún permanecían los cartones señalando el marcador, se movían por obra y gracia de un hombre al marcar un equipo. Si era el local, debía reaccionar rápido antes de que las gradas temblaran al ritmo de “Blur y Song No. 2”.

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A diferencia de otros campos en Alemania, no verás ninguna alusión al nacionalsocialismo. Por el contrario, abundan los trapos con la efigie del Che, de Bob Marley y hasta del Subcomandante Marcos; también ondea la ya icónica bandera pirata. Estamos en un campo que retiró la publicidad de una revista para caballeros ante la indignación de las aficionadas. Será un barrio de prostitutas, pero aquí las damas tienen voz.

Es el 12 de abril de 2006. El St. Pauli, entonces en la tercera categoría, está por batirse en duelo contra el amo y señor de Alemania: el Bayern München. La mera grada valió lo suficiente como para enamorar a un sujeto de tan peculiar afición que lo miraba por TV a kilómetros de distancia. En especial, cuando el equipo sale a la cancha con los acordes de AC/DC, recordando al oponente que les espera un infierno.

 

Un equipo con la ilusión de existir

*Banda sonora recomendada: “Garden of Stones”-Acrassicauda*

El sólo mencionar este territorio es suficiente para encender discusiones acaloradas: de si existe como país o no lo hace; terrorismo, sionismo y otros ismos que regularmente no tienen ninguna razón de ser cuando detrás de las palabras se oculta, sorpresa, gente como uno.

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La selección de Palestina está en el subterráneo en cuanto a fútbol internacional se refiere. Ni siquiera ha tenido acceso a la fase definitiva en las eliminatorias asiáticas. Sus jugadores estrella suelen ser chilenos, como Roberto Bishara, cuyos padres tuvieron que buscar en Sudamérica una vida nueva. Otros, como Ayman Alkurd, murieron en el eterno conflicto con Israel. No falta decir que su estadio en Gaza está completamente destruido por los bombardeos.

Con todo esto en mente, no extraña que sus ilusiones de jugar siquiera un mundial se reduzcan sólo a la espera de un milagro. Más allá de las posturas políticas, ¿qué alegrías puede esperar esta gente del fútbol? Porque hasta en los rincones más oscuros del balón, la pasión es absoluta.

 

Tejiendo sueños entre los travesaños

Al menos una vez a la semana, leo el mismo reclamo. O, por lo menos, una queja parecida. “Me cagan los juegos de fútbol. Si quisiera jugar fútbol, iría a un parque. Yo juego videojuegos porque no puedo (inserte temática de otro género aquí) en la vida real”.

Bueno, amiguito, el día que baste salir al parque para que Sri Lanka sea campeón del mundo o pueda jugar en el Liverpool (con los mismos stats que Messi o Gerrard) el argumento será válido. ¿Para qué jugar RPG si puedes aprender esgrima? ¿Por qué desperdicias tu vida en Gears of War si puedes entrarle al gotcha? El fundamento, al final, es el mismo.

Los videojuegos están en los corazones de muchos porque cumplen sueños. Esa ilusión de convertirte en el héroe de Hyrule o de alzarte como el Spartan que protegerá a la humanidad es tan válida como la de transformarte en un crack o dejar de gritarle esquemas tácticos al televisor para ser un DT en la consola. O ambas, como suele suceder. Es por eso que, en realidad, jugamos FIFA, PES o anexos.

Justamente por eso me gusta jugar con los equipos imposibles. Qué hueva mirar ganar, hasta en el Nintendo, a los que triunfan siempre. Para mirar al United y al Barcelona alzar una copa, sólo prendo la tele y ya. Por eso me encanta encarar a un historial de fracasos con escuadras por las que nadie da un peso: para verlas tocar la gloria en tan irrelevante espacio. Aunque, bueno, dice Claudio y el personal que más bien es un pretexto para escudarme en caso de perder.

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Si bien esta manía empezó con el Super Sidekicks 3 (¡La Siguiente Gloria!), en el que jugaba con equipos como Guatemala (porque, pues, YOLO), se hizo fuerte con los FIFA. Hace 10 años, todavía podías escoger a la selección de Tailandia y, obvio, luchar contra la corriente al mando de equipos condenados al descenso. Ahora imagínate en FIFA 08, con el St. Pauli ya en la Bundesliga 2 y, obviamente, ya disponible en el juego.

Jugando en el modo Manager con un equipo recién ascendido de tercera, con muchos veteranos como Fabio Morena, Fabien Boll y recientes fichajes como Ahmet Kuru, balanceando presupuestos miserables para pelear el ascenso, negociando con una escuadra y una directiva que aceptaban todo con tal de tener una oportunidad.

Cuando tu principal rival es el Freiburg, y con la ventaja de que es un videojuego, el ascenso fue cosa de niños. Lo complicado fue la Copa de Alemania. Mira que enfrentar en el Allianz al Bayern München en semifinales y superarlo con una plantilla limitada fue épico. Pero apenas comenzaba el reto.

Con el tiempo, iría batiéndome en duelos imposibles para un equipo como el pirata, tanto en Alemania como en Europa. Vencer al Bayern München y hacer pedazos al odiado vecino, el HSC Hamburg, de visita y de local supo a miel. Cruzar el viejo continente para dejar tumbados en el camino al Inter, al Lyon, a la Lazio o el mismo Real Madrid, en la Copa UEFA o la Champions, pintó con oro toda la proeza.

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A veces uno se imagina que, en ese mundo virtual, seguro la gente festeja. Fiestotas en los burdeles y bares del barrio de St. Pauli, con la cerveza corriendo. Alguna dama ofreciendo sus servicios de manera gratuita para festejar. Rock n’ Roll con Turbonegro, Bad Religion o hasta Panteón Rococó en plena cancha. Pero, hasta en los videojuegos, luego del festejo viene la cruda.

Con todo el éxito del equipo, entró una buena feria a las arcas del club. Pero los jugadores se negaban a aceptar toda oferta. Además, en los festejos olvidé hacer visorías adecuadamente. Me quedé, en breve, sin estrellas, luchando por no descender y sufriendo para pasar de ronda en Europa.

Pero ni a mí ni a mi hinchada digital nos van a quitar lo bailado, lo bebido, lo rockeado y hasta lo fumado. Por eso amo este equipo.

 

El balón resiste

Algo no me gusta de los más recientes juegos regulares en la serie FIFA: ya no puedes jugar con tantas selecciones exóticas. Lo más extraño que encuentras es Camerún, Nueva Zelanda o la forzadísima India. Incluso una extrañísima liga Saudiárabe. Por eso me gustan los juegos de los mundiales: te dejan intentar hazañas irracionales, como hacer de un punto perdido en Medio Oriente el campeón del mundo.

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Escogí a Palestina. Digo, si iba a jugar al mundial, que valiera la pena y fuera con el máximo de los imposibles. Tan sólo las primeras rondas te hacen ver, de golpe, la realidad. Afgnistán y Tailandia, de por sí risibles, lo son más cuando tienes el control en la mano. Goleadas de espanto que, por momentos, me hicieron pensar si realmente era una buena idea y un desafío llegar a la copa desde los rincones más obscuros.

Las goleadas, claro, hicieron que el equipo ganara forma. Un tipo del que quizá escuches hablar en otro lado, Fahed Attal, estaba encendido y con el equipo en al hombro. Bueno, tan pronto empezó la segunda ronda eliminatoria, fue de visita a Australia y le metió tres de los cuatro que se comieron los socceroos; mientras que Omán no fue la experiencia más retadora.

Se clasificó al mundial. El sorteo me puso en el grupo de Colombia, sin mayor cambio que la República Checa en lugar de Grecia. En ese entonces, Radamel Falcao seguía como posibilidad en el plantel cafetalero. Con un defensa lentísima, tan sólo verlo tomar el balón me provocaba taquicardia. Irnos con la portería en ceros fue una proeza, gracias a la actuación del chileno-árabe Roberto Bishara y sus milagros como defensa. A Alá doy gracias de que el equipo no recibió el memo de su reciente retiro.

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Aún alguien pensaba que el Grupo de la Muerte iba a ser dominado por Italia e Inglaterra. Los tanos hicieron gala de su mítico cerrojo, pero un disparo atinado de Ashraf Nu’man rompió el cero y nos catapultó a cuartos. Ahí, un irreal Cristiano Ronaldo aguardaba por nosotros para completar el partido más brutal posible. Perdí una ventaja de 2-0 en los últimos 15 minutos, gracias a dos Centros de CR7 que Nani se encargó de hacerme pagar. Antes de terminar haciendo un Piojo Herrera, el buen Attal hizo un sprint sin nada de Stamina. Gol, el jugador en el piso y un desgarre grave en la pierna. Se acababa el mundial para mi estrella.

Mi alegría y la de millones en Gaza, Hebrón y refugiados, se diluía con la duda. ¿Podrá el equipo resistir sin el héroe para enfrentar en las semifinales a España? Rearmar el equipo fue un trauma, porque mi recambió aparecía en el papel. Por fortuna, el joven Khaled Salem salió inspirado en los dos partidos. No sólo hizo ver pequeña la goleada que Holanda le clavó a los ibéricos en la vida real, también se encargó de apagar con claridad la fiesta brasileña en la final. Palestina era campeón del mundo, para júbilo de su gente.

Quizá no fue el reto que uno hubiera deseado; pero luego te das cuenta que sólo en los videojuegos puedes contar estas historias. Un sueño imposible que dota de heroísmo las hazañas cotidianas para los de siempre. En algún lugar de un universo virtual, el dolor de la guerra de las piedras quizá se vio apaciguado una noche por los festejos alrededor de un balón de polígonos.

 

Epílogo

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En mayo de 2010, el St. Pauli aseguró su ascenso a la Bundesliga (la primera división del futbol alemán). Hubo fiesta, sí, pero no tanta como el centenario que también se festejó por aquellas fechas. Hasta Panteón Rococó fue responsable de que mexicanos que nunca han visto jugar al Weltpokalsiegerbesieger se pusieran la playera.

Al final de la temporada, el cuadro pirata volvió a bajar, aunque con la satisfacción, al menos, de ganar al Hamburgo de visita. Sigue en segunda, esperando al rival de la ciudad para ajustar cuentas en la categoría de plata.

¿Y Palestina? Hundida en las alcantarillas del futbol asiático; jugó la Copa Challenge continental (una competencia para naciones asiáticas con escaso desarrollo futbolístico) en las Maldivas. Con una victoria de 1-0 sobre Filipinas, alzó la primera copa de su historia con festejos en todo el territorio Palestino y zonas de refugiados.

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A veces, lo imposible de los videojuegos es emulado en nuestro mundo. Por eso amo el fútbol y el gaming. Los juegos son un terreno para soñar. El fútbol, en ocasiones, transporta esos sueños a la grada para alegría de quienes están acostumbrados a las ilusiones rotas. Ojalá se nos haga a nosotros un día. A esperar cuatro años.

Ernesto (Neto) Olicón
Colaborador en Atomix.vg. Amante de la pelea videojueguil, en cualquiera de sus presentaciones. Aventurero en mundos mágicos y contador de historias. Periodista de tiempo completo.