Nota editorial: Para conmemorar el 25 aniversario de Street Fighter, pedimos al maestro de maestros, Artemio Urbina que nos platicara sobre sus primeras experiencias con la franquicia. Si ustedes quieren compartir sus vivencias, recuerden que creamos una entrada especial aquí. Por lo pronto, los dejamos con Artemio y su increíble texto.
En 1988 cursaba sexto de primaria, época en la que conocí a un gran amigo con quien he disfrutado muchos juegos de video y grandes pláticas. Antes de conocerlo, iba a las maquinitas únicamente cuando me las encontraba en un centro comercial, en el puesto de las tortillas o en algún otro establecimiento del estilo. Pero, justamente, ésa fué la época en que empezaba a regresar sólo de la escuela a la casa. También comenzaba a ir de visita a las casas de mis amigos en transporte público.
Por supuesto, en una de esas farmacias con estantes de aluminio dorado —atiborrados de peluches y artículos de novedad— nos encontramos un buen día con un juego de peleas que el hermano de mi amigo ya conocía desde hacía unos meses: Street Fighter. Inmediatamente sacó una moneda de 100 (devaluados) pesos y comenzó a jugar para mostrarnos el título. Mientras jugaba y movía la palanca velozmente en un vaivén similar a lo que ahora conocemos como un “hadouken”, nos decía que existían movimientos especiales sumamente poderosos con los que se podía acabar el juego rápidamente.
Y, efectivamente, mientras el gabinete de la máquina se tambaleaba por los vigorosos intentos, los enemigos iban cayendo derrotados. Supongo que el lector conoce aquella emoción de apoyar a un amigo y disfrutar a distancia las victorias, así como sufrir las cercanas derrotas contra el CPU. Y todo por apreciar qué nivel y enemigo seguirían a continuación. La magia de descubrir aquel mundo nuevo presentado por un videojuego con base en esfuerzo constante es algo que ya no se aprecia de la misma manera, debido al diseño actual de juegos y al ambiente en el que se juegan hoy día.
Los gráficos de Street Fighter y su animación son muy detallados. Su música tiene algunas piezas que son interesantes. Pero, sin duda, las voces digitalizadas —que hoy día hacen evidente su mala calidad— eran también un factor importante del juego que hacía alarde de su avance tecnológico.
En aquel momento no buscábamos combatir el uno contra el otro. El shoryuken sólo se ejecutaba de manera aleatoria debido al código de dicho título y a nuestros movimientos erráticos con una idea vaga de lo que debíamos hacer. Estábamos usando a Ryu, sin saber qué tanto sería una influencia para nosotros y el mundo entero. Y Ken estaba a una ficha, allí junto. Pero no lo usamos. Regresamos a jugar el título varias veces a pesar del gran reto que representaba: no era un juego donde cómodamente poníamos la moneda y jugabamos 10 minutos. No, se trataba de una apuesta contra la máquina para ver si entre varios lográbamos vencerla y conocer más del juego y sus personajes. Queríamos descubrir si podíamos “aventar la bola” a voluntad.
Pero fué unos años después, cuando conocimos Street Fighter II, que todo cambió. The World Warrior sobrepasó a su predecesor en todos los factores. El énfasis del juego era evidentemente el combate entre personas, no contra el CPU. Su selección de personajes es un grupo de esterotipos mundiales regurjitados por la cultura japonesa y grabados en nuestra memoria de una manera duradera por el impacto que causaron. Sus temas musicales son todos clásicos inconfundibles, pero la manera en que se juega, su control y las experiencias con las que nos marcó son inolvidables.
Era una tarde saliendo de la escuela e íbamos camino a casa de mi amigo. Había una farmacia en la que las maquinitas habían robado poco a poco el espacio a los anaqueles, pero el dueño aún se dedicaba a ambos giros. Era esa época en la que Street Fighter II daría un nuevo aire a la industria del arcade, aún cuando nosotros no notamos que se encontraba en decadencia. Pero, en aquel momento, estaba allí frente a nosotros.
La escena era típica: decenas de jóvenes rodeando la máquina, dos personas luchando frente a frente con una hilera de monedas frente al monitor, colocadas sobre el vidrio que lo protegía. La emoción se sentía en el aire, ya que los espectadores se involucraban en el duelo actual. Mi amigo tomó su lugar en la fila y retó eventualmente. A decir verdad, no recuerdo con certeza si perdió o ganó, pero estoy casi seguro que fue lo primero. Yo nunca he sido tan aventurado como para retar en un juego que no conozco, así que mi experiencia con él se limitó a aquellos raros momentos en que encontraba alguna máquina vacía. De hecho, fue hasta Street Fighter II: Turbo que me sentí suficientemente preparado para comenzar a retar en un arcade, con más derrotas que victorias.
Street Fighter me ha ofrecido, como a todos ustedes, un sin número de experiencias con amigos y desconocidos. Historias, decepciones, emociones y grandes momentos. Ya sea en sus versiones caseras o en los arcades, estoy seguro de que seguirá haciéndolo.