No quedan muchas horas para nuestra anunciada debacle. No sé si los Sinistrals bajarán de su fortaleza para destruir nuestras ciudades, si un virus se soltará para volvernos seres descomunalmente fuertes sin conciencia o la luna irá a caer sobre nuestras cabezas en tres días —el hecho inamovible es que se acaba el mundo y con él nos queda poco tiempo para jugar. Éstos son los últimos tres juegos que deberían jugar antes de que todo termine.
Es hora de ponernos a pensar en todas aquellas cosas que alguna vez hicimos o dejamos de hacer. Tenemos que analizar seriamente qué haríamos diferente en caso de que tuviéramos la oportunidad de volver atrás. Braid, el juego nacido de la mente de Jonathan Blow, aborda el tema del tiempo como un personaje tácito y absoluto, como esa fuerza inamovible que nos empuja a tomar decisiones.
Este juego independiente nos lleva de la mano de Tim, un joven que ha cometido un error. Es un salto a su memoria, a su casa y a una historia en llamas. Es transición y permanencia. Es la cúspide del entendimiento desfragmentado. Braid es uno de los ejemplos más representativos de cuando las cosas se hacen bien tanto en diseño como en anécdota y se presenta como un título interpretativo y casi experimental. Es una experiencia introspectiva que reta al jugador a pensar en otros términos su juego, el tiempo y la vida misma.
Quizás este fin del mundo te produzca rabia, una incontrolable y desesperante tristeza al observar que muy pronto todo esto se irá. No te preocupes, aquí la solución para soltar esos deseos destructivos pensando “podríamos estar peor”. Left4Dead 2, multijugador de primera persona, te pone en los zapatos de uno de los sobrevivientes de un apocalipsis zombi. Es un título defensivo que te impulsa a ti y a tus amigos a llegar a un lugar seguro. Utilizarás todos los recursos que haya a tu disposición para volar cabezas, cortar brazos, explotar vísceras y sacar toda esa nostalgia del mundo que se va.
Es un título para compartir con los seres más queridos. No existe nada más romántico que ofrecerle a tu pareja ser su defensor ante un inminente ataque sobrenatural y sangriento u otorgar tu mano amiga a los camaradas cuando intentan levantarse tras ser mordidos cientos de veces por humanos necrosados. Huyamos juntos al horizonte, armados hasta los dientes, esperando que a nuestras espaldas no esté un viejo conocido a punto de clavar sus dientes en nuestra carne.
Me estoy imaginando las últimas horas del día final de la humanidad. Si voy a estar jugando un videojuego, en ese momento espero que sea Tetris. Hay algo poético en cerrar de esta manera el ciclo de nuestra humanidad, pues es un juego donde no importa qué tan bueno seas. Eventualmente vas a perder y llegará el momento en que cometerás ese error del que nunca aprendiste y así verás caer la torre que alguna vez fuiste.
No importa quién esté detrás de los controles, pues este juego familiar es bien recibido por cualquiera que se enfrente a sus procesos. La magia detrás de Tetris se encuentra en lo arquetípico que aún se siente jugarlo. Es un clavado dentro de ti mismo. Cuando estás apilando piezas, puedes notar que realmente no es un videojuego lo que estás experimentando, sino una serie de procesos mentales que se sincronizan con una pantalla para, de alguna manera, enfrentarte a sus mecánicas a través de la experiencia. Las cosas que hacen que este juego sea tan adictivo y cotidiano se encuentran escondidas en nuestra necesidad de arreglarlo todo. Tetris es un espejo que la mente utiliza para encontrarse. Tetris es una puerta a procesos subconscientes. Tetris es un juego para todos. Tetris es el fin de la vida misma.
