Por: Eduardo de Gortari (@edegortari)
Sin duda, los noventa fue la década en que el videojuego empezó a ganar reconocimiento como disciplina artística y no como un mero divertimento geek e infantil. Acaso a la generación que ahora entra a la adolescencia le sorprenda saber que hace no mucho los padres de los videojugadores veían con dosis iguales de miedo y escepticismo esa práctica que se veía tan inútil como antisocial. Cosa rara, un divertimento en apariencia tan inútil como antisocial, la lectura, jamás fue juzgada con semejantes prejuicios.
Los noventa fue, también, la década en que el contacto directo con los videojuegos dejó de ser mayoritariamente a través de una maquinitas en la tienda de la esquina, para tener una consola propia en casa.
Por supuesto, ambos fenómenos, aunado a los avances tecnológicos de las consolas, repercutieron en los juegos mismos y en la forma en que los percibíamos. Acaso esa década fue particularmente fructífera, porque, ante el mercado que se ampliaba y que exigía mejores contenidos y ante el desarrollo que permitía añadir complejidad a las historias jugadas, muchos desarrolladores se abocaron en crear no sólo meras distracciones en 16 bits, si no obras que, por donde se viera, fueran juzgadas con justicia: como obras de arte.
Chrono Trigger es un juego paradigmático en este aspecto. Pertenece a una camada reducida de juegos noventeros que lucharon por cambiar nuestra percepción del videojuego. A lado de contados juegos como Zelda: A Link to the Past, la historia de Crono, Marle y Lucca fue recibida con un entusiasmo inusitado. Sus gráficos eran avanzados para la época, el diseño de Akira Toriyama le daba una personalidad única al juego (más tomando en cuenta que Dragon Ball estaba en la cima de su popularidad), y su historia, tan alrevesada como atractiva, fue motivo de sorpresa y debate para muchos jugadores que veían en los viajes en el tiempo y los múltiples finales una pequeña culminación de todo un género, el RPG.
Sin embargo, haber tenido una recepción tan magnífica no es suficiente para incluir a un juego en el salón de la fama de los juegos más significativos de la historia. Al igual que las buenas películas y los buenos libros, un buen videojuego debe ser juzgado también por su capacidad de seguir siendo vigente, por representar aún un reto y un deleite artístico para jugador.
Desde hace un par de meses, me dediqué a jugar Chrono Trigger con una fruición que no experimentaba desde que tenía 12 años y debo reconocer que todas las alabanzas que recibió el juego hace 20 años siguen siendo válidas. Es evidente que, por ejemplo, sus gráficos han sido ampliamente rebasados, pero aquilatar un juego dándole un peso sustancial a la calidad de la imagen es como decir que Avatar es mejor que El ciudadano Kane sólo porque la primera fue exhibida a color y en 3D, mientras que la otra aún vivió los tiempos del blanco y negro en el cine.
Tendemos a creer que las mejoras técnicas son suficientes para creer que la industria avanza y que el arte de los videojuegos se ha superado a sí mismo. Esta actitud positivista es idéntica a creer que los escritores de ahora escriben mejor que los de hace cien años sólo por escribir computadora. Y, peor aún, dirigen los esfuerzos estéticos de un videojuego hacia el lugar incorrecto. En estos meses que jugué Chrono Trigger comprendí que el arte de los videojuegos, como cualquier otro arte, no radica en que luzcan “más reales” si no en que sean más “vivibles”. Esta cualidad, claro está, no depende de la calidad de unos gráficos y en cambio sí depende de la astucia de los programadores y guionistas capaces de narrar una historia con un encanto capaz de lograr que uno suelte un magnífico libro para centrarse en un magnífico juego.
Como toda disciplina joven, el videojuego aún sigue afianzando sus descubrimientos, afilando sus herramientas. Poco a poco vamos reconociendo las cualidades que distinguen al videojuego por su valor artístico y ese reconocimiento se ve reforzado por aquellos juegos que nos demuestran de qué se trata este joven arte.
Si hay alguien que aún no haya jugado Chrono Trigger, sin duda lo invitaría a lugar con el mismo entusiasmo con el que la gente aún recomienda Zelda: Ocarina of Time. A 20 años de distancia, Chrono Trigger sigue siendo un juego perfecto de principio a fin, que causa una fascinación que, creí, sólo se podía experimentar a los doce años. Si alguien, si de verdad existe alguien que no ha jugado este juego le recomendaría ampliamente a conocer esos personajes entrañables, ese modo de combate que su momento fue innovador y esa historia cautivadora a través del tiempo. Pocos juegos pueden darse el lujo de envejecer 20 años y seguir siendo infalibles, geniales, perfectos. Al final de cuentas, Chrono Trigger hace honor a su propia historia: el juego donde los personajes luchan por trascender el tiempo y cambiar la historia, es el mismo juego que transcendió su propio tiempo y cambio la historia de los videojuegos.
Eduardo de Gortari (Ciudad de México, 1988) es autor de los poemarios Singles //05/08// (RDLPS, 2008) y La radio en el pecho (FETA, 2010), este último elegido como uno de los mejores del 2010 por el diario Reforma. Ha colaborado en revistas como Tierra Adentro y Luvina y en antologías como Función privada, los escritores y sus películas (Cineteca Nacional, 2013) y Rigo es amor (Tusquets, 2013). En 2013 ganó el Premio Punto de Partida en la categoría de poesía. Fue becario del FONCA. Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM.