Vivimos pensando en la niebla de posibilidades que desaparecen con cada decisión que tomamos. Cada acto afecta irremediablemente el universo; Borges juega con la idea de cambiar el curso de la historia añadiendo o removiendo un grano de arena del mar en La Lotería en Babilonia.
Podríamos pensar que en videojuego no ocurre lo mismo, pero perdemos posibilidades irreemplazables al presionar cada botón. No vencemos los niveles con habilidad y maestría, sino con la arrolladora fuerza de la estadística, abrumamos los mundos virtuales con nuestras vidas infinitas.
Los videojuegos nos enseñan una de las grandes lecciones de la vida: el sentido de ser mortal es que cada acto es irreemplazable, único. Un videojuego es la vida dentro de una vida, el mundo dentro de otro mundo, dentro de una idea, un hoyo de conejo que profundiza y desgarra al mismo tiempo nuestra concepción del mundo.
Piensa en lo que ocurre cuando Mario muere en un nivel: el pequeño personaje hace una mueca de sorpresa y sale de la pantalla, acto seguido el mundo desaparece. Una réplica idéntica de ese mundo aparece, perdemos una vida y nuestro personaje reaparece. El mensaje es claro: es necesario reconstruir todo el universo para devolverle la vida a Mario. El concepto de vida en un videojuego tiene el mismo valor que en la “realidad”: cada existencia es un universo y esto representa una complejidad más inconcebible que un choque de galaxias. Mario no tiene vidas: tiene universos.
Los videojuegos nos dan la posibilidad de ser infinitos, no en el sentido inefable de Los inmortales, sino en el sentido más cabal de la inmortalidad: vidas ilimitadas, universos que se repiten hasta el vértigo y se expanden abarcando todas sus posibilidades. Lo que es importante destacar aquí es que el infinito no admite negativos, absolutamente todas las posibilidades se cumplen, por más obscenas o duras que sean. Piensa que como videojugador haz visto más que toda la humanidad que te precedió. Recuerda las últimas palabras de Roy Batty en Blade Runner:
“I’ve seen things you people wouldn’t believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I’ve watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those … moments will be lost in time, like tears… in rain. Time to die.”
Cada muerte es más que una disminución en el universo, es la extinción de galaxias, de inteligencias artificiales ancestrales, de flores de fuego, de viejos dragones, de órdenes misteriosas dedicadas a dioses apócrifos, de Shakespeare, de colosos indomables, de Dante, de Lovecraft, de un hombre perdido en un planeta azul, de hombres más poderosos que los dioses, de Titanes, de cicatrices en el pecho, de caballeros medievales, de princesas y serpientes, del tigre devorador que es el tiempo.
La próxima vez que juegues, incluso algo tan inocente como Super Mario Bros. 3, recuerda que estás aniquilando universos, pululando el mundo con posibilidades. Pero jamás saciarás el hambre del tiempo.
Nota: Este texto fue originalmente publicado en ZonaWarp hace ya varios años. Lo hemos republicado con algunas ligeras modificaciones y añadidos.