por Alina Hernández (@AlinaHernan)
Como todo niño normal que vivió su infancia en los 90, yo también pasé la mayor parte de mi tiempo frente al televisor. Y dentro de esas horas que invertía en aprender a través de una pantalla veía Dragon Ball, tal vez la caricatura que más ha influido a nuestra generación y que aún permanece en nuestra memoria a través de memes graciosos que nos hablan de la supremacía de Gokú.
Así pues, uno aprendía sobre la amistad, la tenacidad y la esperanza a través de las peleas de Kakarotto, un extraterrestre que, como Jesús y Superman, vivió entre seres terrenales y aprendió que la humanidad –a veces– puede ser buena. Por ello vale la pena morir cuantas veces sea necesario para salvar al mundo.
Pero Gokú tenía un poder incluso más extraordinario que Yisus y el hombre de calzoncillos encima de leggins azules: podía incrementar su nivel de poder un montón de veces y, lo que es mejor, volverse rubio <3 wooow.
Y bueno, en ese entonces cuando yo veía Dragón Ball nunca se me ocurrió cuestionar nada de lo que sucedía allí. No me provocaba escozor que se relacionara el poder con la blancura, los ojos azules y el cabello rubio, ni que existieran escenas perversas como la obsesión por la ropa interior del ermitaño maestro y el sangrado de nariz cuando el maestro Roshi se excitaba y mucho menos que una mujer fuera sólo un complemento del hombre y que no existiera ninguna que pudiera acceder al nivel de súper saiyajin.
Nunca me cuestioné eso cuando miraba las peleas interminables de Gokú. Pero ahora, en retrospectiva, creo que sí me ha afectado. Sobre todo el hecho de que las figuras femeninas en la caricatura no tuvieran el mismo poder que los hombres, ni siquiera Pan, a pesar de tener en sus venas sangre saiyajin. ¿Por qué una caricatura que veían tanto niñas como niños no era igual de inclusiva?
Si bien, Bulma era una gran científica, sus experimentos estaban dedicados en exclusiva a los intereses de los personajes masculinos. Por otro lado, estaba Milk, la esposa de Gokú, quien era una gran peleadora, pero que en cuanto se casó con el hombre más fuerte del universo, se convirtió en el estereotipo de una madre sobreprotectora e histérica. ¿Qué pasó con sus ambiciones? ¿Por qué abandonó lo que parecía ser su pasión y se volcó a sus hijos? Lo mismo ocurrió con Videl, esposa de Gohan y madre de Pan.
En fin: que las mujeres –incluso los androides femeninos– estaban relegadas no a un segundo plano, pues ese les pertenecía a los personajes masculinos jocosos como Krillin, el maestro Roshi, Mr. Satán o incluso Piccolo, si no a un tercero o cuarto plano.
Todos los descendientes directos de un saiyajin podían alcanzar el nivel rubio de poder; incluso Goten y Trunks tenían la habilidad de fusionarse y convertirse en un poderoso contrincante. Pero Pan, que también era descendiente, nunca tuvo esa habilidad. Sí, era muy fuerte, pero siempre se mantuvo en un plano secundario en el cual ayudaba a los hombres a ganar o era una espectadora más de la lucha por salvar al mundo.
Es así que ahora me doy cuenta que mi modelo a seguir no era ninguna de las mujeres que aparecía al lado de los hombres, de los fuertes. No, yo quería ser Gokú o Gohan, no la mujer condenada a ser la compañera fiel y abnegada. Quería, pues, salvar el mundo como ellos.
Nunca iba a tener una cabellera rubia, una cola de mono, ni mucho menos iba a ser hombre. Luego, entonces, nunca sería saiyajin (al menos en esta época en donde los únicos sobrevivientes del planeta Vejita son hombres).
Los niños, en mis ayeres, adquirían valores a través de lo que les enseñaban en la escuela, de sus amigos, de sus padres y sobretodo, de la televisión, esa eterna niñera que no se cansaba de entretenernos y hacernos compañía.
Tal vez gracias a la televisión mucha gente sigue pensando que está bien que las mujeres nos mantengamos en un plano secundario dentro de la esfera social. Quizá, sin siquiera intuirlo, nosotras aprendimos que nunca tendríamos los súper poderes de los hombres, que jamás provocaremos un cambio en el mundo, sino es a través de la gestión masculina y, lo peor de todo, que nunca seremos súper saiyajinas (hasta suena raro decir saiyajinas).
A veces cuando la memoria me devuelve al sillón en el que miraba la tele, pienso lo que hubiera pasado si Gokú hubiese sido una niña, si Vegeta, Trunks, Gohan y todos los héroes hubiesen sido mujeres y concluyo: hubieran sido personajes hipersexualizados, un poco tontos, de grandes ojos y pequeñas faldas, con poderes delicados y de acuerdo a su sexo. ¡Un momento! ¡Hubieran sido Sailor Moon!
Y esa es la razón por la que nunca seré súper saiyayin.
Fin.
Alina Hernández (Lázaro Cardenas, Michoacán, 1988). Le gusta escribir de lo que sea con tal de escribir, ver películas, los chistes babosos y las caricaturas. En su casa la bullean por feminista.