Layton me recordó muchísimo a los viejos tiempos universitarios de leer todo el día. Recordé desde cuentos detectivescos hasta el voluntarioso método científico de Descartes. ¿Por qué lo digo? Porque no hay nada más noble que emplear la razón para resolver problemas y buscar la verdad donde otros ven milagros y fantasmagorías. Imaginen esto: Ustedes recostados en un sillón isabelino, con una taza de té inglés, disfrutando de Miracle Mask mientras acarician a su gato persa (que, por cierto, porta un monóculo) y disputan una partida de ajedrez con su mejor amigo. Así de elegante es Professor Layton (sí, más incluso que un Pidgeotto). No se pierdan la reseña a continuación.
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