Una voz se dirigía a mí. Me pedía llevar un paquete, ser un mensajero especial. Me preguntaron de qué tamaño son mis manos. Luego, mi rostro en el sol: yo, desde arriba, podía ver lo que pasaba en ese mundo frágil. Un mundo hecho de papel: los caminos, las flores, todo. La papiroflexia había tomado vida, adquirido un alma propia. "¡Además soy parte del juego!", le dije señalando el sol. Él se rió: “Yo soy el animador”. Así fue como por accidente conocí a Lluis Danti...
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