por Alina Hernández (@AlinaHernan)
Yo quería hablar de Mansión Foster para amigos imaginarios. Lo juro. Llevo casi dos semanas intentando escribir sobre lo genial que era esta caricatura y cómo los personajes revivieron en mí los recuerdos de una amiga imaginaria que tuve cuando tenía 9 o 10. ¡Oh, Aquella época de mundos y posibilidades infinitas!
El caso es que no lo he logrado. Solamente he llegado a balbucear algunas ideas inconexas que nada reflejan lo que yo sentí cuando vi por primera vez Mansión Foster. Allá en el 2005, a la cruda edad de los 17 años, me encontraba en un intenso zapping tratando de encontrar algo medianamente interesante en la tv, cuando en Cartoon Network encontré una caricatura donde un animalillo azul estaba haciendo lo mismo que yo, surfeando en los canales. De inmediato llamó mi atención. ¿Qué era esa cosa azulada con actitud valemadrista que estaba sentado en la misma posición que yo y hacía zapping con más estilo? Dejé el control, subí los pies al sillón y me dispuse a ver lo que allí sucedía.
Pues bien, resulta que esta masa azul se llamaba Bloo y era el amigo imaginario de Mac, un niño de ocho años. Ambos estaban buscando un lugar donde Bloo se pudiera quedar, ya que la madre de Mac –como todo adulto que ha sufrido de una lobotomía social y por lo tanto, ha perdido la capacidad de imaginar o de siquiera aceptar que su hijo tiene una gran imaginación– le había dicho que su amigo azul ya no podría quedarse en su casa. Total que en la tele encuentran un anuncio de la Mansión Foster, una casa hogar para amigos imaginarios abandonados y ellos van a este lugar para ver si Bloo podía quedarse. Lo que sigue después de esto lo pueden ver en Youtube o en Netflix.
A la edad que empecé a ver Mansión Foster –la edad de la punzada, que le dicen– yo me encontraba en un punto de no retorno. Es decir, estaba por dejar la infancia y comenzaba a adentrarme en el aburrido mundo de los adultos; aunque ciertamente no puedo decir que tener 18 años signifique ser adulto, en definitiva ya no era una niña libre de responsabilidades. Entonces, verla cuando estaba en ese umbral me hizo reencontrarme con mis recuerdos infantiles, darle una nueva oportunidad a mi imaginación de explorar todas las posibilidades. Esto porque las creaturas de la casa Foster eran infinitas: seres que en lugar de pies tenían lenguas y podían sentir todo lo que había estado en el piso, animalillos raros de todos tamaños y colores, peludos, calvos, algunos con mil pies –y por lo tanto muchos pares de tenis– y otros que caminaban con las manos. En fin, todo aquello que se pudiera imaginar.
Pienso en el creador de esta serie, Craig McCracken –realizador también de las Chicas Superpoderosas– e imagino cómo sería su proceso creativo: seguramente mucho chocolate, toneladas de cinismo, sarcasmo, humor negro para dummies y las ideas más absurdas y más simples. Y es que en Mansión Foster para amigos imaginarios todo era posible, pues este hogar era como una cabeza gigante que albergaba la mente de un niño, más el ingenio de un equipo de adultos talentosos que se han negado a crecer bajo las normas preestablecidas.
Justo cuando me llegó la invitación para escribir sobre algún show de Cartoon Network, había redescubierto a través de Netflix Mansión Foster para amigos imaginarios. Una vez más toqué el timbre de esta gran casa y descubrí dos cosas que no vi cuando era yo una adolescente en problemas:
Sin duda, Mansión Foster rinde tributo a sus antepasados y, al más puro estilo de los Looney Tunes, en cada show podemos ver persecuciones laberínticas que terminan en la confusión de no saber quién persigue a quién. Asimismo, el señor Conejo, un conejote gris vestido de traje y con monóculo –que es amigo imaginario de Madame Foster– nos hace pensar que su creadora sin duda veía estas series animadas cuando lo imaginó. Pero estos no son los únicos ejemplos: de repente aparece un monstruo en una mecedora mascando una espiga de trigo y con sombrero, que recuerda esas secuencias de Bugs Bunny en el viejo oeste; Coco bien podría ser hija del correcaminos, ya que sólo habla con un bisílabo y su ingenio es mayor al que se piensa. Y bueno, esa manera de molestar al prójimo es sencillamente una referencia muy clara.
Blooregard Q. Kazoo o Bloo, para los cuates, era el amigo imaginario de Mac. Parece ser que lo que los unía era su disparidad pues, mientras Mac era un niño responsable y bueno con las personas que lo rodeaban, Bloo era un pequeño diablillo, egoísta, egocéntrico y maldoso; a él no le importaban los demás, a menos que sirvieran para llevar a cabo sus travesuras. Recuerdo específicamente aquel capítulo en el que tratan de recaudar fondos para el techo de la mansión y comienzan a vender galletitas de Madame Foster; estas son un éxito y rápidamente generan más dinero del que necesitaban, entonces Bloo, en su avaricia, inicia una empresa con la receta de Madame Foster y se hace rico, pero a costa del trabajo y la explotación de los residentes de la mansión.
Este es sólo un ejemplo de la actitud del pequeño ser azul en el que se ve su maldad; sin embargo, tiene una personalidad tan fascinante que no puede caerte mal, simplemente no puedes odiarlo por ser así, incluso si su implacable sinceridad hiere.
Tal vez eso es justamente lo que me atrajo de nuevo, ahora a mis 26 años: su cinismo acendrado, su capacidad de decir la verdad incluso cuando no debería y su personalidad políticamente incorrecta.
Creo que cuando eres adulto comienzas a pensar más en lo que dices y moldeas tu personalidad para caer bien a los otros en lugar de ser tú mismo, incluso si eso significa ganarte una que otra enemistad. En cambio, Bloo es el último resabio de cinismo infantil y por eso se vuelve tan atractivo para aquellos no-niños que ansían regresarle al mundo un poco de esa incorrección.
En fin, todo esto es para pedirles que le abran su corazón a Mansión Foster para amigos imaginarios, seguramente encontrarán algo de su infancia perdida y un montón de humor que sólo los mayores entienden.
Alina Hernández (Lázaro Cardenas, Michoacán, 1988). Le gusta escribir de lo que sea con tal de escribir, ver películas, los chistes babosos y las caricaturas.