Hace unos meses, como ejercicio de clase para unos de mis grupo de estudiantes universitarios de arquitectura, asigné que jugaran Braid durante dos semanas para estudiar las implicaciones de saber contar una historia sin importar nuestra profesión o bagaje. En el ejercicio, les pedía que estudiaran cada uno de los elementos gráficos y narrativos que estaban dentro del título que puso a Jonathan Blow en el mapa. La tarea consistía en separarar cada una de las piezas que componían la historia de "Tim" y su "Princesa". Les dije que fueran obsesivos y analíticos y que crearan teorías propias de lo que estaban jugado. El resultado no pudo ser mejor: Cada uno de los treinta estudiantes llegó a presentar sus conclusiones con impresiones completamente diferentes. Algunos de ellos habían tomado literalmente la anécdota y contaban con lujo de detalle la manera en la que suponían que se había desarrollado la historia. Otros de ellos, en desacuerdo, discutían cómo todo el arco narrativo de Braid era simplemente una excusa para hacer presénte alguna metáfora. Hubo quienes estudiaron el tiempo y sus consecuencias, quienes analizaron la música y ejercieron el arte y escribieron versos propios inspirados en la trama. Otros investigaron sobre las teorías que otras personas tenían del juego y las compararon con las impresiones personales. Durante las horas que duró la disertación sobre el juego surgió una pregunta: Si cada uno de los que jugamos el título tiene una impresión diferente, ¿quién tiene más la razón? ¿Quién se acercaba más a escudriñar los secretos de la historia contada en este videojuego?
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