Es una práctica común que el éxito de un concepto particular invite a otros a imitarlo o, cuando mucho, a intentar abordarlo desde otro punto de vista. Los juegos de cartas coleccionables han estado presentes, en menor o mayor medida, en la cultura del entretenimiento alternativo desde el origen de Magic: The Gathering en 1993. Sin embargo, la aparición de Hearthstone en 2014 nos ha dejado ver un boom de este concepto trasladado al videojuego. No sólo eso, franquicias establecidas en la industria han sido adaptadas a esta forma de jugar con el fin de ganar nuevos adeptos entre quienes buscan opciones diferentes a la creada por Blizzard. La razón es simple: son títulos de naturaleza adictiva, los cuales pueden acomodarse fácilmente en el formato free to play que ahora funciona como el modelo de negocio en boga.
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