Un lobo de plata aúlla bajo la luna tornasolada. No hablo del gastado símil romántico, sino de un hombre que exhibe tantas cicatrices como las grietas de la corteza de los robles. Los ojos —predican los iluminados— son una ventana al alma, pero los enemigos que vieron los de este hombre se precipitaron en el vacío. El filo de su espada es infinito: ha consumido, como un hondo pozo, miles de vidas. Pero es tan imposible juzgarlo a él como al león que caza y devora a su presa. ¿Cómo saber si la escritura de un verso, la conjuración de un hechizo o el destello provocado por el yunque de un herrero no son las causas de desgracias impredecibles? Ni buenos ni malos: todos los hombres son responsables de todas las calamidades y todas las alegrías del mundo (lo mismo es decir que ningún hombre es responsable). ¿Qué guía debemos seguir en este empantanado entrecruce de destinos? Un lobo de plata aúlla bajo la luna tornasolada. El complejo destino que prefiguran sus acciones relumbra en las hojas de sus espadas y en el terrible iris de sus ojos. Ni héroe ni villano: es un frío animal estepario. Ésta es la reseña de The Witcher 2.
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