A mediados del siglo pasado, varios gentlemen ingleses se reunían con asiduidad para hablar de cibernética y electrónica. Se denominaron The Ratio Club y de sus filas surgieron figuras importantes que, tal vez en cien años, serán recordadas como padres de conceptos fundamentales de la robótica y la inteligencia artificial. Uno de esos hombres era Alan Turing. Él predijo que, para el año 2000, una máquina con 120 megabytes de memoria podría engañar a la tercera parte de los humanos en una prueba que hoy lleva su nombre. La prueba tiene como objetivo conocer la habilidad de las máquinas para exhibir un comportamiento inteligente. Imaginen que están hablando por mensajería con un desconocido en su computadora: si ustedes no descubren que ese “desconocido” es en realidad una inteligencia artificial, ése programa habrá pasado con éxito la prueba de Turing. Binary Domain plantea un futuro en el que Turing es insuficiente: alguien ha conseguido fabricar robots que son indistinguibles de los seres humanos —no sólo en capacidad de entablar una conversación, sino también físicamente. Si miran por debajo de la capa superficial de un diseño cliché de personajes y un guión no muy bien logrado, podrán encontrar un juego con un sistema de juego muy sólido que plantea preguntas muy válidas sobre la condición humana y que disfrutarán jugar de principio a fin.
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