Noche tras noche, como si fuera un mago empecinado en fabricar un hombre en sueños, me sumerjo en Tlön. Soy un hacedor, un arquitecto onírico que configura el caos generado por ecuaciones precisas y calculadas. Soy el dios de un dios imposible que habita un universo de soledad. Cuando me retiro a dormir, siempre me acosa el mismo pensamiento: El universo que he engendrado me espera y no existirá si no voy. He fabricado ruinas circulares, atroces ciudades llenas de callejones sin salida y calzadas que van a ningún lugar, árboles cuya circunferencia oculta una laguna subterránea, colosos inmóviles sobre la superficie estática del mar, grutas que recorren continentes enteros, túneles de cristal en el delgado aire, acantilados imposibles de arena, islas flotantes, barcos, atalayas, ríos y promontorios. He recorrido la profundidad de la tierra. Me he dejado envolver por la nada que habita más allá del vacío. El mundo que he soñado arduamente está configurado a mi semejanza. Sólo carezco de una certeza. ¿De qué informe y temeroso dios seré la imagen? ¿Qué oscuro demiurgo me sueña con fervor cada noche?
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