Para salvar al mundo me he condenado. Soy el campeón de la humanidad. No soy un par de ojos misericordiosos. No tengo rostro: soy el máximo adalid anónimo. Forjé mi semblante con las millones de ejecuciones que he realizado. No soy un hombre. Mis enemigos gritan "demonio" antes de morir. Soy una coraza, pero he visto delicados anillos orbitar en torno a estrellas muertas y alguna vez admiré la lozanía de una mujer imposible. Sé con certeza que estoy fracturado y roto como un laberinto. Sin humanidad, me precipito en la batalla y escucho su clamor de muerte. Uso una máscara, no para protegerme, sino para ocultar que estoy vacío, como un cántaro que anhela colmarse de sangre. Soy el Jefe Maestro.
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