Reyes o mendigos, enfermos o sanos, dichosos o desventurados: tengo una propuesta interesante. Voy a darles un preciado regalo. No hablo de ventura o desventura, tampoco de oro o el tedio de una vida llena de placer. No se trata de una consolación o un trofeo vulgar y abigarrado. Mi obsequio es lo que más abunda en el universo: hay legiones de piedras y polvo que lo ostentan con orgullo desde hace siglos. Siempre que volteen su mirada a la bóveda celeste lo verán ahí, cundiendo el amplio vacío con su fría negrura. Vengo a ofrecerles un don único e íntimo: el nunca buscado, el que encierra en su misterio el infinito, el que experimentan —a veces— como un tímido escalofrío en sus vértebras. Mi regalo es la promesa vana de un paraíso inexistente, la nada, el vacío, la gloria sempiterna de nunca haber existido, los siglos que los precedieron y la eternidad que los sucederá. Les obsequio, como dijo el griego, la máxima quimera: porque, cuando ustedes son, yo no existo y, cuando estoy yo, ustedes se han esfumado. Soy Muerte.
LEER +