Chelsea versus Liverpool: En la cancha virtual

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La armada roja ante el jefe final

Mis manos me punzan tan sólo de acordarme. No soy yo quien juega esta campaña, ni quien completa este desafío. Y, aún así, siento que enfrento con ellos el desafío definitivo con el cual coronan un esfuerzo de largo tiempo. El oponente no es nada menor: se trata del Chelsea, equipo que ha forjado un legado de gloria durante la última década.

El Liverpool, luego de casi un cuarto de siglo, está a un paso de ganar la Premiership inglesa. Un equipo que lo ha ganado casi todo, que ha conquistado Europa y que domina desde hace décadas su ciudad. Pero que ha estado lejos de domar la competencia de su nación.

En esta ocasión no soy yo quien tiene el control en sus manos: ni el mando de un director técnico, ni el control de una consola. Son once tipos que van a dejarse la piel tan roja como la camiseta al otro lado del mundo. La adrenalina escurre por mis manos como si fuera yo quien se coloca frente a frente ante el jefe final con la party scouser.

¿Estarías aquí si las aventuras de pixel no te recordaran la vida misma? Permíteme responder en tu lugar: No. Por ello, semejante ansiedad por sortear al oponente me hace recordar los caminos de sacrificio y honor que los videojuegos me han hecho andar. Y, como en cada aventura, siempre hay una historia detrás que vale la pena contar.

 

Donde vivía un hombre que navegaba en el mar…

Érase una ciudad lejana, construida con las manos de cuatro genios al cobijo de una caverna. Una tierra de submarinos, jardines de pulpos y eternos campos de fresas. Habituados a vivir como navegantes, la nobleza del puerto dejó de darle frutos y en las minas dejó de brotar riqueza. Pero aunque el hambre y el frío golpearan las puertas de cada casa, podían seguir caminando con esperanza en sus corazones. Porque nunca, lo sabían, habría de hacerlo solos.

Un imperio se construyó en el corazón de la comunidad. Ataviados en rojo, un linaje de guerreros extendió su dominio por toda la isla. En una nación de milicias rústicas, acostumbradas a hacer del juego ríspido su arma predilecta, los combatientes en carmín desplegaron una lucha elegante. Eran los muchachos del general Shankly lo mejor de la región.

Un ejército con semejantes dotes pronto se haría a la conquista de un imperio, la cual se forjó en memorables batallas. Roma, Londres y París serían los escenarios donde la última esperanza de Europa sucumbió ante los rojos. Sin embargo, los tiempos de gloria terminaron de tajo de forma tan súbita como llegaron.

La vergüenza y el dolor arribaron a la ciudad dejando 96 veladoras y una daga en el alma. El viejo patriarca dejó este mundo para ver cómo arribaba un genio al mando de los rivales al otro lado del muelle. Ellos, al final, se quedaron con el imperio. Con la gloria. Lo tomaron todo y se lo llevaron.

Durante años se peleó, pero nunca se llegó más allá de la orilla. Batallas gloriosas adornaron 24 años. Nuevos generales. Buenos. Malos. Hijos de la estirpe. Mercenarios. Todos llegaron para reconstruir una dinastía. Incluso entre la misma gente de la ciudad se murmuró que no volvería… hasta que llegaron ellos.

 

Steven (Gerrard), el héroe

Nació en las mismas cunas que todos aquellos que le rinden pleitesía al legado rojo. Uno más entre la gente, una veladora se enciende para honrar a alguien de su estirpe entre los caídos. Dedicado a construir la épica con lucha y no con magia, presente en cada batalla como un soldado más hasta el día de hoy, en el que como capitán debe guiar a una generación entera.

Su leyenda no es la del mesías tocado por Dios, y con la misión de hacer valer su destino de gloria. No corre en sus venas la sangre del dragón. Como aquel héroe que salió de casa con la única misión de superarse a sí mismo, de callar las voces que lo empujan a ceder, a traicionar. A pelear por otras causas que no son las suyas. Terco, humilde y cercano a uno. Como en los juegos de rol que nos hicieron soñar antaño, en donde además el poder surge de la experiencia.

Un protagonista que no toma su lugar en la historia hasta que no cumple su misión. Es el principal artífice de la party advance. A veces asiste desde 40 metros y otras termina el objetivo por sí mismo. Grande y rudo, pero no por ello tosco. Chapado a la antigua. La vieja escuela.

 

Luis (Suárez), el mago

Nunca puedes tener suficiente de él (guiño, guiño).  No es el personaje que encontrarías en la portada, pero su peso en la historia es innegable. Aquel miembro de tu party que tiene todo para que lo ames, pero que no deja de caminar la delgada línea entre el héroe y el villano.

Tiene pinta de arrogante y aparenta ser un tanto patán. Malos tratos o malos entendidos pueblan una a una las páginas de su historia. Pero conviene olvidarlo cuando miras todas las magias que guarda. Proyectiles encendidos de larga distancia, ilusionismo puro para evadir rivales y dejarlos enclavados como estacas. Incluso algo de actuación cuando tocar el piso ofrece una recompensa. Es uno de los mejores en su arte y lo sabe a plenitud.

Cuando parecía que dejaba la causa, el capitán en persona lo convenció de seguir sumando esfuerzos. Puedes amarlo, puedes odiarlo, pero nunca negar que sin sus talentos cada paso sería más arduo y la narrativa más amarga. Nunca, insisto, es suficiente.

 

(Martin) Skrtel, el tanque

No será el más fornido de nuestros hombres, pero su estatura y su mala cara imponen algo más que sólo respeto. Lejos de las artes de nuestros dos protagonistas, este hombre se gana con arrestos un lugar en el terreno. Cuando la elegancia y la magia fallan, un golpe de este hombre en el lugar y el tiempo correctos abren de nuevo el camino.

Pocos recursos, pero si hay oportunidad puede ser un atacante letal. Cuando la situación abre la puerta a un golpe contundente y que brota de la fuerza bruta, él estará ahí para hacer mucho daño.

 

(Simon) Mignolet, el mago blanco

Elegante, sereno, oportuno. El enemigo está a punto de dejarnos tendidos a mitad del combate. Si bien puede parecernos poco útil al ataque, sin nuestros magos blancos siempre estaremos perdidos. Porque no habrá nadie quien nos dé un escudo ante un golpe atroz, una cura que evite el daño recibido abra las puertas al precipicio.

Con los guantes como arma y estigma de su raza, es un tipo al que le puedes confiar los momentos cruciales en que todo parece irse al garete. A cambio, está condenado a nunca ver caer los muros enemigos bajo su mano… a menos que la magia y la genialidad le den un pase a lo memorable.

 

La jefatura del Special One y el ballet azul

José Mourinho es especial. Su esencia es distinta a la de otros generales. Él no se oculta detrás de la tropa, brilla por encima. Arrogante hasta ganarse el desprecio con un frase. Sádico como nadie: para despedazarte o aburrirte cerrando el portón no se tentará el corazón. Una mirada inefable de desprecio, dardos que no se guarda ni contra quienes han decidido seguirle.

Con un camino de derrotas que mezclan el poderío plenos con métodos más que cuestionables. Su marcha a la gloria ha devastado lo que ha encontrado a su paso y, hasta hace muy poco, era intocable en su propio terruño. Nunca está conforme y hará lo que sea para dejarte fuera del camino, aunque al final sea sólo una demostración vulgar de poder.

Su porte es casi perfecto, vista lo que vista. Con la pose que se carga, no dudarías que en breve las hordas de cosplayers invadieran cada espacio para emularla, tal y como ocurre ya. Pero además de ser un villano perfecto, no viene sólo. Bajo sus órdenes cabalgan paladines ejemplares (Frank Lampard), legionarios amantes de la pelea ríspida y las mujeres de todos colores (John Terry), sobrevivientes que defenderán la causa que los mantiene respirando (Petr Cech),  veteranos de todas las batallas (Samuel Eto’o) y hasta un traidor en decadencia (Fernando Torres).

Entiendo, a la perfección, que quizá todo esto es un exageración desvergonzada. Pero también espero que puedan comprenderme. Desde hace ya muchos años mucho de mi vida gira en torno a un balón, se maneja con un joystiq y se cuenta tejiendo letras. A veces, como esta medianoche en la que escribo esto, todo se une en una sola esencia.

Este fin de semana lo voy a vivir con mis manos ansiando un duelo que no puedo jugar. Pero espero poder contar su historia. He de romper mi regla de no jurar el nombre de un autor en vano, pero creo que lo vale. Al fin y al cabo, como Albert Camus, todo lo que sé de las obligaciones de los hombres se lo debo al futbol. Y, al mismo tiempo, muchísimo de lo que sé del honor y la gloria se lo debo a los videojuegos.

Ernesto (Neto) Olicón
Colaborador en Atomix.vg. Amante de la pelea videojueguil, en cualquiera de sus presentaciones. Aventurero en mundos mágicos y contador de historias. Periodista de tiempo completo.