Los Editores – Información de papel

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Yo crecí leyendo revistas de videojuegos. Es entre una ironía de la vida y destino sincero que trabaje en esto, en la producción del tipo de contenido que de pequeño se llevaba mis fuerzas. De hecho, prácticamente aprendí a leer con revistas de videojuegos. Recuerdo que el más grande regalo para mí era cuando mi papá me traía una revista, sobre todo cuando llegaba de algún viaje.

Cuando tuve edad para acudir al puesto de revistas por mi propia cuenta, cada semana preguntaba presuroso a quien atendía si ya había llegado un número nuevo, a pesar de que todavía no se cumpliera el mes del anterior. Una de las razones por las que yo apreciaba tanto esa información era su gran valor temporal, ya que era la manera más inmediata que tenía para enterarme de los acontecimientos del mundo de los videojuegos y, además, todo el material de ese tipo que tendría –al menos– por los siguientes 30 días.

Con la popularización de la internet y su penetración en México, la información que proporcionan las revistas fue perdiendo valor: no por el hecho de estar en papel, sino por la inmediatez con que ésta sube y se derrumba. Hoy en día tenemos tanta información especializada (en casi cualquier tópico) que muchas veces pierde el sentido.

La información de papel, por estar hoy en papel, no es más valiosa ni caduca más lentamente.

En aquel tiempo de papel, recuerdo que era más común que alguno de tus amigos –amante de un tópico– llevara una especie de recuento de éste. Por ejemplo, mis amigos acudían a preguntarme sobre Mega Man porque era mi serie de juegos preferida y sabían que de toda la –escasa– información que hubiera, yo la tendría presente. Uno de mis profesores de música –contrabajista de jazz– siempre me insistía en que la idea del multi-instrumentista es absurda y que uno debía casarse con un solo instrumento para realmente sacarle provecho. Ahora reflexiono en esto y veo que incluso quienes nos dedicamos a la información de videojuegos, de cierta manera, llevamos a cabo ciertos filtros –por relevancia, jerarquía o simple gusto– para mantener cierta cordura entre el océano de datos inútiles que se producen hoy en día.

De niño quizá imaginaba el mundo de la información distinto a como es hoy, pero con seguridad me habría emocionado saber que todo nos llega tan rápido… tan rápido que muchas veces pierde relevancia. Tan sólo tenemos que echar un vistazo nuestras time lines en Twitter para encontrar mezcladas las nuevas imágenes de Super Smash Bros. con fotos de nuevas galaxias, escándalos de corrupción en Rusia, memes de Nicolas Cage y los últimos papers de las mentes más brillantes del MIT. Allá se fue nuestra capacidad de sorpresa.

Esa sensación de llevar todos los datos del mundo en el bolsillo quizá lleve a futuras generaciones al desapego por la sorpresa (o la realidad misma).

No culparía a la internet de algo, ni de llevarse nuestro delirio de sorpresa, crearnos avidez por la novedad o por quitar relevancia al papel. En ese tiempo, había más razones por las que yo amaba esas revistas físicas. Contenían ilustraciones de mis juegos favoritos, que además de coleccionar, recortaba para pegar como portadas de mis cuadernos y libros de la escuela; a veces, hasta las compraba doble para recortar una y conservar intacta la otra copia. Sin embargo, eso tampoco viene al caso hoy en día porque en internet podemos conseguir ilustraciones de alta resolución para imprimir a nuestro gusto. A esto sumemos lo absurdo que es poner noticias en papel, o incluso cualquier información que dentro de 30 días perderá relevancia. Me sorprende que aún subsistan publicaciones cuyo contenido no sea cien por ciento exclusivo (artículos especiales), ni atemporal.

Encima de la inminente muerte del papel con contenido efímero, está el impacto en nuestros hábitos de consumo de información y nuestra memoria. ¿No creen que a veces saben demasiado y hay cosas que quisieran nunca haber conocido? Quizá estos son algunos de los efectos de los modelos de consumo de información y, sin embargo, es fantástico poder acceder a, prácticamente, cualquier dato en el momento que se nos antoje; esa sensación de llevar todos los datos del mundo en el bolsillo quizá lleve a futuras generaciones al desapego por la sorpresa (o la realidad misma). No es algo lejano, hasta yo mismo me siento algo desprotegido cuando salgo sin el teléfono: “¿Qué tal si hay un temblor o un golpe de Estado, y yo sin Twitter? ¡Nunca me enteraría!” Suena absurdo (¡porque los es!), pero seguramente esta ansiedad colectiva se agudizará por generaciones.

La información de papel, por estar hoy en papel, no es más valiosa ni caduca más lentamente. La importancia que tenga reside en sí misma, lo cual quizá la haga un poco más complicado de discernir; pero entre el torrente de datos que leemos en el día, quizá el hábito o reflexión nos puedan ayudar a clasificar por gusto o importancia.