FEATURE The Legend of Zelda: Leyenda perdida

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El otro día, prendí mi NES y me puse a jugar The Legend of Zelda. Al día de hoy, la second quest me provoca un conflicto interno, una inexplicable sensación de ansiedad…

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Y a los pocos minutos un sentimiento de inestabilidad (uno de mis mayores miedos) invade mi cabeza situándome en una atmósfera en la que ningún otro juego puede ponerme.

Hay una interesante relación de respeto entre yo y el primer Zelda, jamás he terminado su segunda vuelta y aunque sé muy bien que algún día lo haré, me gusta pensar que aún me queda ese momento por vivir; como una perturbante motivación de vida, un inmaduro miedo a hacerme viejo, un dedo que aún se sostiene del frágil peldaño antes de caer a un desconocido abismo.

Ese fabuloso Zelda contenido en una armadura dorada idónea, contiene en su interior un tesoro físico que trasciende en nuestras vidas, afectándo cada día que vivimos, actuando como detonador de nostalgia a un mundo que en nuestras mentes pareciera infinito.

Hay un sensación inigualable cuando estamos solos frente a nuestra televisión y cruzamos el crepúsculo, esa majestuosa transición del día a la noche y la poderosa melodía de un dungeon hace eco en las paredes de nuestros cuartos.

Existe algo que al día de hoy no he podido explicarme, un misterioso y embriagante mensaje que The Legend of Zelda transmite a nuestro subconsciente en donde, rodeado de esas cuatro paredes y esos jardines miniatura, se crea una adicción a un mundo medido con retícula que entre sus inquebrantables reglas nos lleva a una ilusión de libertad jamás replicada.

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Es esa libertad, lo que ineludiblemente más extraño de Zelda, agradezco infinitamente los atardeceres, amaneceres y paisajes a los que me han llevado pero extraño la fabulosa sensación de estar perdido, el miedo de incomodar al usuario ha hecho que la relación de respeto con el juego se pierda; basados en satisfacer al usuario con métodos de superioridad, se ha perdido la horizontalidad en las posibilidades para inclinarse casi en su totalidad a favor de éste.

Como todas las genialidades que conocemos en nuestra vida Zelda nace de una dirección opuesta, un contrario, su desarrollo fue paralelo a Super Mario Bros. y sus metas estaban enfocadas a hacer todo lo contrario; mientras que el plomero abordaba de manera sublime un camino linear, The Legend of Zelda situaba al usuario desprovisto en un vasto mundo -sin siquiera una espada- en el que los caminos se extendían hacía ocho direcciones. En una era, además, pre-internet, la idea principal estaba basada en la comunicación, en platicar con tus contemporáneos y tratar de resolver los acertijos y calabozos de manera comunal, de boca en boca, de rumor en rumor, creando en nustras mentes un mundo limitado que parece infinito. Posteriormente el concepto de comunicación se volvío a abordar como premisa total para una serie de nombre Animal Crossing.

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¿Acaso Animal Crossing es el Zelda de las nuevas generaciones?

En Zeldas contemporáneos la línea de migas en el camino es cada vez más marcada; con acompañantes omnipresentes en nuestra aventura, una asistente disfrazada que nos distrae con encanto para sutilmente decirnos qué hacer y a dónde ir.

Extraño a los Peahats, a los Pols voice y a los Stalfos, pero sobre todo, extraño estar perdido, extraño estar en el lugar equivocado, extraño caminar sin rumbo, extraño la adrenalina de la incertidumbre virtual.

Quizás si Nintendo supiera lo mucho que extrañamos sentirnos perdidos se abordarían de nuevo las raíces que hicieron a Zelda el recuerdo más mágico de nuestra generación, un patrimonio cultural para nosotros y para las nuevas generaciones.

Staff Atomix
Equipo de editores de Atomix.vg